Los atentados originados en la región MENA y perpetrados en Occidente han tenido un efecto crecientemente militarizado en las políticas hacia la zona de los países afectados.
El último año y medio ha estado marcado por un gran número de ataques terroristas en Occidente, perpetrados principalmente por personas vinculadas a Daesh, ocasionando cientos de víctimas mortales. Tanto Europa como Estados Unidos han tenido que hacer frente a la amenaza creciente y cambiante del terrorismo global, con la sombra de los sangrientos atentados en EE UU en 2001, España en 2004 y Reino Unido en 2005 siempre presente en la memoria colectiva.
Los ataques sincronizados del 11-S habían consolidado a principios de siglo la que David Rapoport categorizó como “cuarta ola de terrorismo”, la religiosa, iniciada en 1979, con Al Qaeda como grupo abanderado. Se dejaba atrás una ola eminentemente política, la de “nueva izquierda”, que había predominado desde los años sesenta bajo el liderazgo internacional de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
Tras el 11-S, Al Qaeda seguiría estremeciendo a Occidente con los ataques en Madrid y Londres, e incluso una década después contra Charlie Hebdo en enero de 2015. No obstante, Daesh tomaría el relevo, perpetrando su primer atentado contra Occidente en noviembre de ese año en París. Como señala el informe de Europol sobre la situación y las tendencias del terrorismo en la Unión Europea (TE-SAT), publicado en julio de 2016, el cambio a una estrategia más amplia hacia Occidente por parte de Daesh parece estar directamente relacionado con la acción militar en Irak y Siria de la Coalición Global contra Daesh. De la misma forma, Al Qaeda había justificado sus ataques contra EE UU, España y Reino Unido, por su presencia militar en Oriente Medio. De manera inversa, cabe preguntarse en qué grado estos atentados cometidos…