Teresa de Ávila, que fundó más de 30 monasterios, es todo un mensaje de determinación, alguien que desde sus arrebatos espirituales siempre conservó la cabeza fría y los pies en la tierra, alguien que nunca confundió arrobamientos y abobamientos. Una mujer fascinante.
Teresa de Ávila, religiosa, escritora, emprendedora. Su vida y su obra es el testimonio de una protesta permanente contra la condición de las mujeres de su época. Se pensaba que no debían estudiar y saber, bastaba con llevar la casa. La “perfecta casada” es aquella que le conviene encubrir su saber; el silencio y el hablar poco es virtud. Teresa, una mujer culta se las ingenia para no parecerlo. La Iglesia pretende impedir a las mujeres tener ideas, expresarse en voz alta. Teresa a pesar de su prudencia no escaparía a las críticas: “esas mujercillas que van de ciudad en ciudad, cuando lo mejor que podrían hacer es quedarse en su casa rezando el rosario o hilando”. Teresa es severa con una sociedad que rechaza a las mujeres. En su biografía cuenta que con seis años leía la vida de los santos y que poco después devoraba novelas de caballería, incluso empezó a escribir una.
Hay tres periodos en su vida: 20 años de juventud mundana, 1515-35; 25 de retiro religioso en el convento de la Encarnación de Ávila, 1535-62; y 20 años de campaña consagrada a la reforma del Carmelo, 1562-82. Con esta cita de Gaston Etchegoyen, «L’amour divin», abre Joseph Pérez su libro Teresa de Ávila y la España de su tiempo. No se trata de una biografía al uso sino de situar a la escritora carmelita en la España en que vivió. ¿Cómo pudo imponerse una mujer en un mundo masculino tan receloso ante las ideas y las prácticas religiosas que se apartaban de…