Es poco probable que en 2016 y 2017 se produzcan eventos económicos o geopolíticos de carácter sistémico que cambien profundamente la tendencia de suave desaceleración global actual. Habrá problemas en determinadas regiones pero no constituirán un punto de inflexión.
La economía mundial se está desacelerando. Tras la débil recuperación que ha seguido a la Gran Recesión (2008-10), en la que el crecimiento de los países avanzados se hundió pero el de los países emergentes se mantuvo bastante sólido, asistimos a una desaceleración generalizada del crecimiento en las potencias emergentes. Como esta no va acompañada de una aceleración suficiente del dinamismo de los países avanzados, el ritmo de crecimiento de la economía mundial se resiente.
A pesar de este contexto de desaceleración, no parece probable que la economía mundial vaya a sufrir eventos sistémicos graves que la lleven a una recesión global. Aunque es imposible anticipar los “cisnes negros” (sucesos muy improbables pero de consecuencias catastróficas) no parece que los hechos acontecidos en este 2016 o los que puedan venir vayan a producir una crisis generalizada y abrupta. Posiblemente, lo más preocupante y desestabilizador haya sido el referéndum de Reino Unido por la salida de la Unión Europea. Sin embargo, esta salida aún es solo potencial, e incluso en el caso de darse no tendría por qué generar un colapso a gran escala de la economía mundial, aunque sí tendría consecuencias muy importantes para la economía británica (y, en mucha menor medida, para la europea). De hecho, los dos principales peligros que la economía mundial ya afrontó a mediados de 2015 y principios de 2016 (la posible salida de Grecia del euro y un colapso de la economía china), se evitaron, aunque han creado cierta inquietud.
Eso no significa que no existan riesgos. Hay elementos de preocupación tanto en el campo económico…