Irán genera reacciones muy diversas. Algunas de ellas con frecuencia son demasiado ideológicas o sencillamente falsas. Sin duda, existe un lobby bien organizado que se opone a cualquiera que cuestione la acción exterior de Estados Unidos e Israel en Oriente Próximo. Haggai Ram, profesor en la Universidad Ben Gurión del Negev, denomina a este fenómeno “iranofobia”: la manera en que algunos miedos hacia Irán en la esfera pública israelí pueden interpretarse como una proyección de amenazas locales, convertidas en amenazas al orden existente en Israel.
La administración de Donald Trump ha perseguido, según sus propias palabras, una política de “presión máxima” en Irán. Esta posición incluye la aplicación de un régimen devastador de sanciones que ha contribuido a la muerte de algunos de los miembros más vulnerables de la sociedad iraní, como niños y pacientes de cáncer. Una sentencia de la Corte Internacional de Justicia exigió que EEUU retirase algunas de las sanciones impuestas a Irán porque impedían la importación de bienes humanitarios, así como la seguridad de la aviación civil. El secretario de Estado, Mike Pompeo, reaccionó anunciando que EEUU daba por terminado el Tratado de Amistad firmado en 1955, en el que se basaba la sentencia.
El 3 de enero, como parte de esta “guerra por otros medios”, Trump ordenó el asesinato de uno de los principales generales del estamento militar iraní, Qasem Soleimani, y el de Abu Mahdi al-Muhandis, un comandante de la fuerza paramilitar iraquí Kataeb Hezbolá, estrechamente alineada con Irán. Las muertes llevaron al mundo al borde de una guerra cuando la Guardia Revolucionaria Islámica (pasdarán) respondió con un lanzamiento de misiles balísticos contra la base estadounidense de Ain al-Asad en Irak, cuidadosamente calibrado para evitar bajas pero asegurar un efecto disuasorio.
La reacción era predecible, puesto que Soleimani era presentado por el Estado iraní…