La polémica sobre los ‘reality shows’ hace converger entretenimiento y política y contribuye a abrir un espacio para las opiniones discordantes y los asuntos prohibidos.
Durante el periodo 2003-08, en un tiempo de guerra y terrorismo mundial y mientras la administración de George W. Bush intentaba reconstruir Oriente Medio, los reality shows o telerrealidad, tuvieron un gran éxito en el mundo árabe.
Debido a que los realizadores de estos programas proclamaron en las campañas de promoción que sus shows representaban la realidad, y puesto que algunos de ellos incluían bailes y cohabitación entre hombres y mujeres (prácticas desaprobadas por algunos musulmanes conservadores), programas como Al Rais (versión árabe de Gran Hermano de la cadena MBC, basada en Dubai pero de propiedad saudí), Star Academy (versión árabe de Fame Academy de la LBC de Líbano) y Superstar (versión árabe de Pop Idol, de la Future TV de Beirut) se convirtieron en ruedos políticos por excelencia.
La politización de estos programas de entretenimiento (en contraste con los informativos) deriva del hecho de que los reality shows eran un reflejo de las grandes cuestiones que los árabes debatían en esos momentos (y, en algunos casos, mucho antes de la llegada de los reality shows): ¿hay una conspiración occidental para controlar el mundo árabe? ¿Son los formatos importados de la telerrealidad un caballo de Troya de dicha conspiración, sirviendo para debilitar los valores árabes y facilitando la hegemonía occidental? ¿O muestran los reality shows un modelo de la igualdad de oportunidades y de participación que podría ser occidental en su inspiración, pero del que las sociedades árabes podrían sacar lecciones sociales y políticas? Los debates que se produjeron a continuación articularon una combinación explosiva de las fuerzas que siguen moviendo a Oriente Medio: el islamismo radical, la geopolítica del petróleo, las…