Atravesamos un fuerte cuestionamiento del orden liberal internacional construido desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Elementos centrales de ese orden, como la porosidad de las fronteras y el cosmopolitismo, el comercio global, la integración regional, el capitalismo mismo o, incluso, la democracia liberal como forma de gobierno son cuestionados de manera creciente. Ese cuestionamiento tiene dos fuentes fundamentales: una externa o exógena al propio orden, en la que los actores fundamentales son Estados que no desean la continuidad de la arquitectura internacional actual y se constituyen como auténticos asediadores del orden establecido; y una segunda dimensión, interna, que tiene como protagonistas a los ciudadanos del propio mundo liberal occidental y, en concreto, a aquellos que empiezan a cuestionar la legitimidad del orden internacional construido y sostenido por sus países durante las últimas décadas. Esta segunda dimensión se puede describir como un proceso de implosión, de colapso desde el seno mismo del orden liberal internacional. Su manifestación más evidente es el ascenso del populismo en Europa y Estados Unidos.
Cabe por tanto preguntarse, ¿por qué atravesamos esta convulsión política? ¿Qué fuerzas la están produciendo? Y, sobre todo ¿cómo se pueden contener e incluso revertir algunos de sus elementos más perniciosos? Las respuestas a estas preguntas requieren de un análisis interdisciplinar, que navegue los espacios de la ciencia política, la economía y las relaciones internacionales. De hecho, la problemática sobre el orden global, impone, paradójicamente, la centralidad del estudio de la política doméstica. Pero sobre todo, nos obliga a entender los procesos de cambio tecnológico y social, así como sus consecuencias económicas y políticas. No se logrará una comprensión de las relaciones internacionales en el siglo XXI sin un estudio detallado de los orígenes, destinos y consecuencias de los procesos de transformación tecnológica.
Hay dos espacios en los que la tecnología…