En 1972, un locutor de radio canadiense opinó desde su programa que Canadá necesitaba una expresión sucinta e ingeniosa que resumiese su carácter nacional o “canadianidad”. Los estadounidenses tenían su pastel de manzana, ¿y los canadienses? ¿Cómo rematar la frase “Tan canadiense como…”? El genio llegó de mano de Heather Scott, estudiante oriunda de un pequeño pueblo de la provincia de Ontario. Su aportación ganadora, que nos libró de un bochornoso patriotismo de sirope de arce, fue: “Tan canadiense como permitan las circunstancias”. Sin desmerecer la brillantez de la expresión, hemos de reconocer que la idea de que la canadianidad tiene sus límites no era en absoluto nueva, lo cual explica, en realidad, que la idea de Scott no solo ganase el concurso, sino que se hiciese un hueco en el inconsciente nacional, donde había llegado para quedarse.
Solo un año antes, el entonces primer ministro, Pierre Trudeau, señalaba que “no existe el modelo de canadiense o canadiense ideal”. “¿Hay algo más absurdo que la idea de un niño o niña ‘canadiense por los cuatro costados’?”, se preguntaba, para sentenciar por fin: “Una sociedad que hace hincapié en la uniformidad es una sociedad que fomenta el odio y la intolerancia”. Ser canadiense significa pertenecer a una comunidad que es, desde sus orígenes, una de las más diversas del mundo. Cuando el gobierno independentista accedió al poder en Quebec, en 1976, Trudeau insistió en que Canadá solo podría sobrevivir a través del “respeto mutuo y el amor por los demás”. El problema de la supervivencia de Canadá rara vez fue tan acuciante como en aquel momento, pero el respeto mutuo –y quizá el amor– siempre fueron necesarios para la existencia de nuestro país. Dadas las circunstancias en Canadá, ello ha obligado a la sociedad y sus instituciones a hacer frente a…