Los años recientes de la vida política y social en Tailandia han estado dominados por la inestabilidad. El último de los episodios de confrontación violenta concluyó el 19 de mayo, con el desalojo por el ejército de los “camisas rojas”, que habían ocupado el centro de Bangkok, y el incendio por parte de elementos radicales de este grupo pro-thaksinista de una treintena de edificios comerciales.
Con posterioridad a estos hechos, la normalidad aparente ha vuelto a la capital y a las provincias del interior del país. El primer ministro, Abhisit Vejjajiva, ha procedido a una remodelación de su gobierno para resolver tensiones en el seno de su coalición. Al concluir la redacción de este artículo, Abhisit ha formulado una propuesta de acciones tendentes a la reconciliación nacional, pero la primera reacción de la oposición ha sido de desconfianza y rechazo. Tailandia sigue sumida en una inestabilidad de la que parece no poder salir.
Dos protagonistas dominan el trasfondo del escenario político: un anciano monarca carismático y querido, en el crepúsculo de un reinado extraordinariamente largo, y un polémico magnate de los negocios convertido en político, cuya figura y legado divide en dos el país.
Un largo reinado
El siglo XX fue en Tailandia un periodo de grandes convulsiones. En 1900 reinaba Chulalongkorn (Rama V), un monarca reformador que convirtió Siam en un Estado moderno, preservando su independencia frente a las apetencias coloniales de británicos y franceses. Una revolución de palacio, en junio de 1932, puso fin al secular absolutismo monárquico, con la adopción de la primera Constitución.
El periodo entre 1932 y 1946 estaría marcado por la difuminación del papel de la monarquía –Rama VII y su sucesor, el joven Ananda Mahidol (Rama VIII), permanecieron en el exilio mientras gobernaban sucesivas regencias. La figura hegemónica en estos años fue…