Aun aceptando que estamos dentro de una suerte de ‘guerra de divisas’, esta no es tan intensa como la de los años treinta y, continuando con el símil, se están usando armas mucho más sutiles, que no buscan tanto la depreciación de la moneda como la estabilidad macroeconómica.
Es obvio que el actual gran reto de las autoridades económicas es conseguir que sus respectivos países retomen tasas de crecimiento del PIB que permitan una corrección, aunque solo sea parcial, de las cotas de paro observadas durante la Gran Recesión. A las dificultades diferenciales de la actual posición cíclica que luego analizaremos, se suma un importante aumento de la productividad asociado a los avances pero, sobre todo, a la aplicación de los desarrollos tecnológicos de los últimos años. Si habitualmente las primeras fases de la recuperación económica suelen caracterizarse por la ausencia de creación de empleo, ahora esta tendencia se intensifica. Aunque el aprovechamiento de las ganancias de productividad es una noticia positiva, ya que favorece la ausencia de presiones inflacionistas y otorga una mayor sostenibilidad a la recuperación económica, es claro que no genera, al menos a corto plazo, puestos de trabajo. Y este es uno de los puntos de vulnerabilidad para el crecimiento de las economías desarrolladas: no es posible anticipar una importante aportación de la demanda interna al PIB en los próximos años, porque ni las familias van a conseguir significativas alzas en sus rentas (por las escasas expectativas de creación de empleo y aumentos de los salarios y por su elevado nivel de endeudamiento) ni es posible confiar en el margen de actuación de los Estados…