La ideologización de la política exterior y la discordancia en las estrategias de desarrollo amenazan sistemas de integración existentes como Mercosur y la Comunidad Andina y proyectos regionales más ambiciosos como la Unión de Naciones Suramericanas.
Nadie hubiera creído hace una década, cuando se anunciaba el fin de la historia y de las ideologías, que en Suramérica se produciría un reverdecer de la retórica de los años sesenta. Y no por la acción de partidos revolucionarios o movimientos guerrilleros sino, por el contrario –y con aparente negación de aquellos métodos–, por procedimientos electorales democráticos para invocar, desde el poder, la revolución política y social.
Tal cosa ha ocurrido primero en Venezuela, después en Bolivia y finalmente en Ecuador. Con orígenes étnicos, sociales, profesionales y políticos diversos, los liderazgos de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa proclaman objetivos similares, si bien obedecen a realidades diferentes, se enfrentan a oposiciones de distinto calibre y se comportan también de variadas formas. Los tres regímenes han coincidido, no obstante, en un mismo método: recurren a la convocatoria de asambleas constituyentes para cambiar la institucionalidad e incluso revocar los mandatos constitucionales del Estado de Derecho bajo el cual han sido elegidos sus parlamentos. En los tres casos, los presidentes acaudillan el proceso y las propias asambleas.
El ex dirigente sindical cocalero y ahora presidente de Bolivia, Morales, llegó al gobierno encabezando una nueva organización política, el Movimiento al Socialismo (MAS). Morales pone el acento en las reivindicaciones indígenas y en la nacionalización de los recursos del subsuelo, y en política internacional se reconoce como discípulo y aliado de Chávez, presidente de Venezuela desde 1999.
Diferente parece ser el papel de Correa en Ecuador. El joven presidente acaba de ganar protagonismo continental en su enfrentamiento con el gobierno de Colombia por la violación de la…