Fuera del foco mediático y del interés de la comunidad internacional, Sudán se desangra. Según el Sindicato de Médicos sudanés, tras un año largo de guerra fratricida, el conflicto ha dejado más de 30.000 muertos y 70.000 heridos, alrededor de 9 millones de sudaneses han abandonado sus hogares, casi 2 millones han buscado refugio en los países limítrofes y cerca de 20 millones sufren inseguridad alimentaria aguda. Además, cientos de pueblos han sido devastados, y hospitales y escuelas atacados, lo que ha dejado muchas zonas del país sin asistencia médica alguna y a más de 18 millones de niños –de los 22 millones que hay en Sudán– sin acceso a la educación. Unas cifras que, con toda seguridad, son aún más trágicas, pues conocer la realidad de Sudán, gobernado por un férreo y autocrático régimen militar, es una tarea casi imposible: las protestas de la población son sistemáticamente silenciadas; y la libertad de prensa, la posibilidad de contrastar la información o el acceso de las organizaciones internacionales y agencias de cooperación humanitaria, son cada vez más limitados.
Con todo, como señala Naciones Unidas, los enfrentamientos armados –liderados por las dos máximas autoridades del país– han generado la mayor crisis humanitaria del planeta. Además, sus dañinas consecuencias amenazan con desestabilizar aún más la convulsa región del Sahel Oriental y el Cuerno de África. En el interior, el desgarro provocado por la violencia está dinamitando, una vez más, las ansias de democracia y paz de su población –más de 46 millones–, algo que los sucesivos gobiernos les ha negado desde 1956, cuando Sudán alcanzó su soberanía nacional tras independizarse del poder colonial británico.
Y la guerra volvió
El 15 de abril de 2023, en la capital, Jartum, estalló el conflicto entre el Ejército de Sudán –liderado por el general al-Burhan, presidente…