Sudán, un país de 50 millones de habitantes, ha vivido sometido a fracturas internas muy poderosas. Queda ya muy lejana en el tiempo la independencia de Sudán del Sur (2011), todavía con cuestiones fronterizas pendientes, y también el soplo de esperanza generado tras el derribo de la dictadura de Omar al Bashir (2019).

Desde el golpe de octubre de 2021 los militares sudaneses, con el general Abdelfatah al Burhan, jefe de las Fuerzas Armadas de Sudán (FAS) y actualmente máximo dirigente del país, a la cabeza del Consejo Soberano, han logrado abortar el proceso político de transición a la democracia que habían logrado diseñar las Fuerzas de la Libertad y el Cambio junto al Consejo Militar de Transición.

Muy pronto quedó claro que el liderazgo de Al Burhan no era aceptado mansamente por otros uniformados con aspiraciones políticas, entre los que destacaba el también general Mohamed Hamdan Dagalo, más conocido como Hemedti, jefe de las ahora declaradas rebeldes Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) y segundo en la cadena de mando del Consejo Soberano. Ambos sobresalieron como fieles peones de Al Bashir durante la dictadura, y ambos han estado implicados en las atrocidades cometidas durante años en Darfur (aunque ninguno haya sido formalmente reclamado por la Corte Penal Internacional, a diferencia del dictador).

Más allá de cualquier divergencia ideológica, lo que explica principalmente el conflicto actual es la intención de ambos de hacerse con todo el poder, aunque para ello vuelvan a condenar a su país a una deriva violenta que provoca la mayor crisis humanitaria del planeta. El punto de fricción que hizo estallar las hostilidades el 15 de abril del pasado año fue el abierto desacuerdo entre ambos sobre el proceso de integración de las FAR en las FAS, por entender Hemedti que eso le haría perder…