Sudán afronta su segundo año de guerra civil sin perspectivas de una solución en el corto plazo. Una guerra que tiene su origen en el derrocamiento del dictador Omar al Bashir en 2019 tras más de 30 años en el poder, en el que participaron las dos partes hoy enfrentadas: las Fuerzas Armadas de Sudán (SAF, por sus siglas en inglés), bajo el mando del general Abdel Fattah al Burhan, y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF, por sus siglas en inglés), dirigidas por el general Mohamed Hamdan Dagalo, «Hemedti».
La esperanza de una transición democrática tras la destitución de Al Bashir se ha visto frustrada tras la explosión del conflicto en abril de 2023. Desde entonces, han muerto más de 15.000 personas, más de 10 millones se han visto desplazadas y la ONU calcula que unos 25 millones necesitan ayuda. La crisis humanitaria sudanesa es una de las más graves del mundo, y podría convertirse en un conflicto regional. La inestabilidad de los países limítrofes –República Centroafricana, Chad, Eritrea, Etiopía, Libia y Sudán del Sur– que han acogido a más de dos millones de desplazados, la circulación de grupos armados, la interrupción del comercio, así como la injerencia extranjera, amenazan con incendiar la región.
En efecto, Sudán, al igual que el resto del Cuerno de África, se han convertido en el tablero donde las potencias de Oriente Medio luchan por la hegemonía económica y política, mientras Occidente –Estados Unidos y la Unión Europea– parece tener cada vez menos influencia.
En esta carrera, Emiratos Árabes Unidos se presenta como uno de los principales apoyos militar y financiero de las RSF de Hemedti. Con su presencia en el mar Rojo, EAU pretende reforzar su influencia geopolítica, compitiendo con Turquía e Irán, que en la crisis de Sudán, respaldan a las SAF de Al Burhan. Teherán persigue así alcanzar sus objetivos geopolíticos, militares y comerciales en la zona, así como ganar posiciones frente a sus rivales, Arabia Saudí, EAU e Israel. Egipto, por su parte, ve en Al Burhan un socio estable para salvaguardar sus intereses regionales, especialmente en el Nilo, que los dos países comparten. Mientras, Arabia Saudí, con sus esfuerzos de mediación, intenta reforzar su imagen de neutral, lo que podría darle ventaja sobre EAU a la hora de establecer un dominio regional y emerger como un socio internacional creíble.
Pero, más allá de la lucha por la hegemonía regional, cada vez es más evidente que Sudán se ha convertido en el patio trasero de la competencia entre las grandes potencias –China, Rusia, EEUU y la UE.
Aunque Rusia apoyó en un principio a Hemedti, sobre todo por el acceso del grupo Wagner a los yacimientos de oro de Sudán bajo su control, Moscú se ha acercado en los últimos meses a Al Burhan. La medida sirve para alinearse más estrechamente con Irán y responde a su deseo de fijar una base naval rusa en Puerto Sudán y ampliar así su influencia en todo el continente.
En Sudán, China mantiene una postura neutral. La cautela de Pekín está en consonancia con su política de abstenerse de desempeñar un papel activo en la mediación de conflictos en la región. Su estrategia, reflejada en la Iniciativa de Seguridad Global, se basa sobre todo en la cooperación económica, al tiempo que crece su presencia en materia de seguridad.
Ante este escenario, tanto EEUU como la UE se encuentran en una posición de debilidad. En pleno año electoral y centrados en las guerras de Ucrania y Gaza, además del Indo Pacífico en el caso de EEUU, su capacidad de mediación en Sudán es hasta ahora inexistente o ineficaz.
Teniendo en cuenta el interés estratégico geopolítico, comercial y migratorio, ambos deberían situar al Cuerno de África entre sus prioridades en sus agendas si no quieren perder su relativa de influencia: en este sentido, en lugar de preocuparse por mantener a los actores regionales fuera de la órbita de sus rivales geopolíticos, deberían centrarse en estrechar lazos con actores (estatales o no estatales) que compartan sus intereses y valores, ayudando a sus socios actuales a ofrecer buena gobernanza, oportunidades económicas y seguridad a sus ciudadanos.
Sin embargo, la posible victoria de Donald Trump en noviembre no permite ser optimistas. Por su parte, la nueva Comisión Europea, y la futura Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Kaja Kallas, deberán emprender un camino que conduzca a la UE a jugar un papel más activo en la defensa del orden mundial: ya sea, como ha señalado Josep Borrell, ante la “amenaza existencial más importante para Europa” como la guerra de Ucrania, o ante una “cuestión ética” como Gaza, que es en realidad uno de los epicentros de la conflictividad regional y mundial. O como Sudán, añadimos./