Etnia y religión enfrentan a cingaleses y tamiles desde poco después de la independencia de Sri Lanka, en 1948. Genocidio cingalés para unos, terrrorismo tamil para otros. No habrá paz sin un proceso que investigue los abusos de ambos, los juzgue y promueva la reconciliación.
La guerra en Sri Lanka ha terminado. ¿Es éste un triunfo que merece celebrarse? ¿Es una oportunidad para un nuevo comienzo? En los años ochenta, cuando Rajiv Gandhi trató de acabar la guerra, dijo: “Cualquier victoria que se consiga en el campo de batalla será corta e ilusoria”. Desgraciadamente, el gobierno del presidente Mahinda Rajapaksa ha utilizado las atrocidades cometidas por la guerrilla tamil Tigres de Liberación de la Tierra Tamil (LTTE, en sus siglas en inglés) como licencia para sus propios abusos. En lugar de optar por una moral, una política y una acción militar de carácter más elevado y humano, Rajapaksa ha recurrido a la violencia para ganarse aún más el apoyo de los cingaleses ultranacionalistas.
Entre enero y mayo de este año, las fuerzas armadas bombardearon y condujeron a la inanición a miles de tamiles que durante la última fase de la ofensiva estuvieron atrapados por los Tigres, causando más de 20.000 muertos –elevando a unas 100.000 las muertes desde el inicio de la guerra– y un sufrimiento inimaginable. En sus planes de futuro, la administración ha favorecido a líderes tamiles con una turbia trayectoria en derechos humanos y ha dado pocas esperanzas a las legítimas preocupaciones de la población tamil. El comandante Karuna, hoy ministro de Integración Nacional y Reconciliación, era un alto cargo del LTTE y bajo su mandato se cometieron brutales crímenes de guerra. También se le acusa de atrocidades al aliarse con el gobierno tras abandonar el grupo terrorista. Entre los políticos tamiles de este calibre y algunos…