En Reino Unido el euroescepticismo se había asociado con una élite socialmente conservadora, chovinista y provinciana. Pero los nuevos eurófobos han ampliado y diversificado su base electoral, transformando un viejo y manido debate intelectual en una causa popular.
Por razones geográficas, históricas y culturales la relación de Reino Unido con Europa ha sido siempre algo problemática, especialísima en su asimetría como explicaba hace poco José Ignacio Torreblanca en El País. Los británicos han tratado de conciliar su naturaleza insular, su vocación atlántica y la proximidad geográfica con Europa con la preservación de una identidad propia que hiciera compatible la integración con sus socios europeos y el respeto a su soberanía y costumbres políticas.
El referéndum sobre la permanencia en la Unión Europea del próximo 23 de junio otorga a los británicos una nueva oportunidad histórica para repensar esa identidad e inclinar la balanza a favor de la insularidad o de mantener su integración con Europa.
Si Margaret Thatcher levantara la cabeza
Pero lo cierto es que la balanza nunca ha estado muy equilibrada. Desde la política agraria común y las contribuciones al presupuesto europeo hasta la libre circulación de personas, es difícil encontrar un área importante de la integración europea que no haya suscitado críticas en las Islas Británicas desde diferentes lados del espectro político. Pues a pesar de lo que podría sugerir la situación actual, el euroescepticismo británico no ha sido monopolio exclusivo de la derecha.
Durante gran parte de los años ochenta los laboristas se opusieron al proyecto europeo, y aún hoy un sector de la izquierda considera la UE como una imposición neoliberal para favorecer a la oligarquía financiera. No debe olvidarse que fue un gobierno conservador quien introdujo Reino Unido en el club europeo y dos de sus líderes más destacados, Margaret Thatcher y John…