Tras el término uniformador de yihadista, el fenómeno remite a realidades muy heterogéneas. La eficacia de las políticas dependerá de la capacidad de desentrañar su singularidad.
Con cerca de 2.000 personas, Francia es el país occidental que ha suministrado el mayor número de combatientes a Daesh. Mucho se ha escrito intentando descifrar lo que parece una “excepción francesa”. Por ejemplo, la teorización desarrollada por William McCants y Christopher Meserole propone que el laicismo y, de manera más general, la cultura política francófona puede constituir un factor favorable a los procesos de radicalización. Los autores defienden la idea de que la conjunción de un laicismo denominado “agresivo” (normativa sobre la visibilidad de los símbolos religiosos), una intensa urbanización y un desempleo masivo puede suponer el entramado social perfecto para la aparición de esos fenómenos. Por estimulante que sea, esta investigación tiene varios sesgos. Por un lado, engloba países cuyos niveles de francofonía, culturas políticas y gestión de los asuntos religiosos están sujetos a importantes variaciones. Además, si nos fijamos más en las estadísticas, veremos que el ratio entre número de combatientes y población total de Francia queda por detrás de algunos países como Suecia, Suiza o, incluso, Dinamarca.
El concepto de “excepción francesa” o “excepción francófona” parece, por tanto, muy discutible. Hay otros factores que explican de modo verosímil el origen del número elevado de yihadistas franceses. En primer lugar, conviene aclarar que Francia cuenta con la mayor población musulmana de Europa. Aunque la proporción de convertidos adheridos a esos movimientos sea a veces significativa, se sabe que la mayoría de los combatientes que se han unido al grupo Estado Islámico crecieron en familias de herencia cultural musulmana (practicantes o no). Por consiguiente, la reserva potencial de candidatos franceses al yihad es estructuralmente más importante que en la mayoría del resto…