A finales de los años sesenta, el incremento demográfico, el déficit comercial externo, la debilidad de los ingresos fiscales y el menor dinamismo agrícola señalaban el agotamiento del modelo seguido por México: sustitución de importaciones y protección industrial subsidiada. Por ello, vista en una perspectiva histórica, la década de los setenta, cuando se inicia el gran vuelco del entorno económico mundial, aparece como el intento por detener la que a final de cuentas resultaría ineludible: el abandono definitivo de una estrategia de desarrollo que no respondía ya a las circunstancias del país.
Por varios años se logró mantener el crecimiento de la economía y del empleo mediante subsidios ampliados a la actividad empresarial y una participación cada vez mayor del Estado en la producción directa de bienes y servicios. Para sostener los niveles de bienestar se recurrió al gasto público sin conceder una importancia suficiente a los límites de su financiamiento no inflacionario. Como resultado, se sucedieron etapas de recuperación con inflación seguidas por períodos de ajuste y estancamiento.
En la segunda mitad de la década pasada, el petróleo permitió una aceleración aún mayor de los gastos públicos y privados. A partir de los ingresos por exportación esperadas a futuro, el país recurrió al endeudamiento externo cuantioso. A principios de los ochenta, al no materializarse las perspectivas optimistas anticipadas, el país cayó en una emergencia.
Al inicio de la presente Administración, la situación económica y social era dramática y desalentadora. Las condiciones internas y externas se habían tornado súbitamente críticas. Nuestras instituciones vivieron una de sus más duras pruebas. A los desequilibrios estructurales, acumulados a lo largo de muchos años, se añadían los problemas de la deuda, un sector público sin recursos para hacer frente a. su servicio, un entorno internacional adverso como nunca antes: altas tasas externas de interés,…