En la superficie europea tratan de imponerse imágenes de conciliación, como si la era post-soviética nos llevara a un mundo más tranquilo y apacible. Pero la realidad es que volvemos a un cuadro general de paz armada. No habrá guerra entre superpotencias, pero los conflictos locales podrán multiplicarse, virulentos y contagiosos. Quien analice la realidad más allá de las imágenes recibirá las advertencias de Chechenia, Irak, Ruanda o Cachemira. Entre los conflictos actuales, tres afectan a España. La frustración de las negociaciones de Israel y los árabes tendría inmediatas repercusiones en el Magreb; un fracaso de las operaciones de paz en los Balcanes alcanzaría de lleno a España, con 2.000 soldados en Mostar. No es necesario explicar el alcance de un conflicto abierto en Argelia.
Estados Unidos dirige hoy la intervención militar en Bosnia, a la que se había resistido durante tres años. Al final, la solución armada ha acabado por imponerse. No estamos, es evidente, ante una medida unidireccional: en la decisión del presidente Clinton hay elementos de gran complejidad, en los que se cruzan intereses electorales. Pero el hecho es que 20.000 soldados estadounidenses acaban de desembarcar en la ex Yugoslavia, con un contingente de la OTAN de 60.000 hombres. No estamos ya ante una operación de la ONU sino ante una intervención de la Alianza, bajo mando americano.
Los adversarios de Clinton sostienen que estamos ante una intervención destinada al consumo interno. Aunque fuera así, no será fácil sacar de Bosnia a las fuerzas aliadas. Tampoco serán menores los costes políticos de la operación: si las fuerzas de la OTAN abandonaran el campo sin lograr la pacificación, el conflicto se extendería y el mal ejemplo también podría propagarse. El desprestigio no ya europeo, sino occidental se agravaría. Quien pretenda que los aliados atlánticos salgan de los Balcanes…