El torbellino histórico de acontecimientos en la escena internacional ha desbordado la validez de los dogmas ideológicos tradicionales, ante la tozudez de una realidad acelerada e inclemente que exige nuevos planteamientos y aproximaciones a los problemas. La necesidad de sobrevivir en un orden mundial con una reglas de juego cada día más universales, basadas en la libre competencia y en la exigencia ciudadana de participar en todo lo que afecta a las condiciones de vida, esta sin duda en el origen y conexión de hechos tan alejados y fenómenos tan distantes como el ciclón Gorbachov, los cambios en Europa oriental, la liberación de Mandela en Suráfrica, la transición democrática chilena, o la derrota de los sandinistas en Nicaragua.
De todos ellos, el acceso al poder de Mijail Gorbachov en la URSS es sin duda el gran detonante de esta nueva realidad internacional que sólo acaba de comenzar a gestarse. La obligada política de cambio del dirigente soviético ha provocado la fractura de uno de los dos principales apoyos en los que se cimentaba el equilibrio bipolar de las relaciones internacionales. El forzoso abandono frente a EEUU de sus aspiraciones hegemónicas para superar la catastrófica situación económica y los graves problemas internos ha disparado el terremoto de acontecimientos y cambios a los que estamos asistiendo desde hace pocos meses. La onda expansiva del seísmo ha derribado ya el símbolo de la guerra fría, el muro de Berlín, y los regímenes comunistas del guerra Este de Europa, al tiempo que amenaza con transformar el mapa del Viejo Continente con una Alemania unida y la misma integridad física de la URSS con la secesión de las repúblicas bálticas y la explosión de los nacionalismos del Cáucaso.
Pero el alcance del seísmo está lejos de circunscribirse a Europa o la URSS. La derrota de la Junta de comandantes en Nicaragua se encuentra también alineada en esta misma falla cuyo próximo epicentro apunta ya a la dictadura de Castro.
Los cambios en la URSS y en Europa oriental han sido decisivos en la “conversión democrática” de los sandinistas y la definitiva aceptación del fracaso de su proyecto marxista leninista. El acoso de los EEUU y la “contra” han contribuido también a que los comandantes de Managua decidieran someterse a la prueba de unas elecciones libres. Pero ha sido la certidumbre de saberse abandonados en los planes de futuro del gran patrón soviético, con el cese de la ayuda que ello supone, lo que finalmente ha llevado a los sandinistas a renunciar a sus aspiraciones de mantener el poder por la fuerza de las armas.
Nadie duda de que Ortega y sus comandantes, aún en caso de haber ganado las elecciones, eran conscientes de que el proyecto marxista leninista para Nicaragua era desde hace tiempo un callejón sin salida.
Nada más llegar a Managua los primeros avisos del abandono de Moscú y los “hermanos socialistas” a su revolución, los sandinistas emprendieron una precipitada, pero tardía, evolución aperturista que tuvo como principal resultado los acuerdos de paz de Esquipulas en 1987. El proceso abierto desembocó en la convocatoria de elecciones libres y la subsiguiente derrota del 25 de febrero.
Hasta aquella fecha habían transcurrido casi once años desde que en la noche del 17 de julio de 1979, Anastasio Somoza Debayle abandonara su “bunker” de Managua con un reducido grupo de leales y dos arcones metálicos con los restos de su padre y de su hermano, desenterrados apresuradamente del cementerio en medio del fragor de los combates. Concluía medio siglo de una de las más sangrientas dictaduras familiares del continente. Triste sino de una nación expoliada que de la colonización española pasó a convertirse en una plantación de café y bananas, a merced de las empresas norteamericanas, y acabó convertida en la finca particular de la familia Somoza.
Iberoamérica y la opinión pública mundial aclamaron el fin de la dictadura y a aquellos Jóvenes sandinistas que prometían dignidad, justicia y democracia. Su revolución de nuevo cuño, que gozaba en principio del apoyo de todas las fuerzas del pueblo nicaragüense y un respaldo internacional unánime, incluido EEUU, se basaba en los tres conocidos principios de pluralismo político, economía mixta y no alineamiento. Un espejismo que no tardó en hacerse pedazos. Al año siguiente el núcleo duro de los sandinistas decidió romper con la burguesía nacional y elementos moderados representados en la primera Junta de Gobierno por Violeta Chamorro y Alfonso Robelo. Se rompe con los principios originales y el régimen emprende una acelerada deriva hacia la izquierda con transformaciones políticas y económicas radicales y vinculación militar al bloque del Este.
«La autoridad de Fidel fue determinante para que las tres tendencias que hasta 1978 dividían al Frente se unieran en un núcleo monolítico de poder que se ha mantenido sin fisuras hasta hoy»
Pese a que se ha llegado a asegurar que el giro sandinista estuvo provocado y acentuado por la llegada a la Casa Blanca de Ronald Reagan y el comienzo del acoso norteamericano, parece fuera de toda duda que en esos nueve muchachos revolucionarios además de Sandino estaba presente y activa la influencia material de Cuba. Los líderes guerrilleros sandinistas fueron huéspedes habituales de Castro en La Habana y la autoridad de Fidel fue determinante para que las tres tendencias que hasta 1978 dividían al Frente se unieran en un núcleo monolítico de poder que se ha mantenido sin fisuras hasta hoy. Todos los acontecimientos posteriores confirmarían la convicción y las intenciones de los comandantes de Managua de repetir el experimento cubano en Nicaragua punto por punto para exportarlo a los países vecinos.
Miles de asesores militares, médicos, educadores y técnicos procedentes de Cuba, la URSS y otros países de Europa del Este llegaron a Nicaragua para dar vigor y consolidar la revolución. Mucho antes, Washington ya había advertido del peligro que vería en una nueva Cuba en Centroamérica. El 9 de marzo de 1980, Reagan aprueba oficialmente la “guerra de la contra” y el comienzo del acoso político y económico al régimen sandinista.
A la par que la guerra, en el interior de Nicaragua se abre la veda contra todo tipo de signo opositor: férrea censura con los cierres del diario “La Prensa” y otros medios de comunicación, abierto hostigamiento a la Iglesia Católica y forzosa aplicación a punta de fusil del proyecto revolucionario. La creciente e inconexa oposición que va alimentando el sandinismo vive entonces el dilema de la implacable persecución en Nicaragua o caer en brazos de una “contra” marcada en gran parte por el apoyo de EEUU y las acusaciones sobre el pasado somocista de algunos de sus miembros:
Casi once años de sandinismo y de desafío suicida a una superpotencia han hecho que Nicaragua viva una situación de absoluta miseria con un ingreso per cápita de 300 dólares, sólo equiparable a Haití. La mayor parte de la población vive en chabolas con la única preocupación de sobrevivir y no morir de hambre; no hay prácticamente medicinas y los pocos productos que cabe encontrar se obtienen en un mercado negro a unos precios inalcanzables para el ciudadano de a pie.
Sin infravalorar los daños y gastos provocados por la guerra y el bloqueo económico norteamericano, una gran mayoría de observadores coinciden en señalar cómo los rígidos modelos de desarrollo importados de Cuba y los países del Este no sólo han sido incapaces de mantener o crear una mínima infraestructura productiva sino que además han dilapidado los pocos recursos heredados de años anteriores. El Producto Interior Bruto no ha crecido desde 1979 y los expertos económicos calculan que el país ha sufrido un retraso de veinticinco años. Los escasos elementos rentables de economía mixta que los sandinistas mantuvieron en un primer momento fueron inmediatamente devorados por el gigantesco aparato estatal. Frente al desgaste del esfuerzo bélico hay que señalar, sin embargo, los alrededor de 3.000 millones de dólares recibidos en ayuda militar y económica procedentes de la URSS y países socialistas, así como de algunos países occidentales por ejemplo España.
Si bien parecía ya vencida la amenaza militar de la “contra”, en estado meramente vegetativo por las decisiones del Congreso norteamericano, los comandantes sandinistas no tuvieron finalmente otra opción que someterse a la arriesgada prueba de las urnas. La situación económica y la perspectiva de perder los quinientos millones de dólares anuales procedentes de la URSS no ofrecía otra salida. Tras muchas maniobras dilatorias, el Gobierno de Managua aceptó la supervisión internacional de las elecciones y con ello perdió toda posibilidad de asegurarse una cómoda victoria como ya sucediera en 1984. Pese a la situación económica, los sandinistas se gastaron oficialmente 800 millones de pesetas, aunque la oposición asegura que la cifra real fue el triple, en la campaña de unas elecciones a las que acudían como última tabla de salvación y en las que la mayoría de los sondeos les presentaban como seguros ganadores. Enfrente, Violeta Chamorro aparecía como mascarón de proa de una heterogénea y endeble alianza de catorce partidos del más variado cuño ideológico, desde ex comunistas hasta la extrema derecha. Viuda de Pedro Joaquín Chamorro, periodista y director del diario “La Prensa” asesinado por Somoza, y con una familia, al igual que el país, dividida entre el sandinismo y la oposición, doña Violeta ha ofrecido una imagen inequívoca y limpia. Además de su lucha contra la dictadura y el tributo sangriento de su marido, la candidata de la UNO estuvo con los sandinistas en su llegada al poder y fue capaz de abandonarles para denunciar sus excesos. Violeta Chamorro supo resistir en Nicaragua al frente del diario “La Prensa” todo tipo de intimidaciones y censuras para acabar triunfando bajo el signo de la paz y la reconciliación en las elecciones más observadas de Iberoamérica.
Muy pocos fueron los que a la hora de las encuestas tuvieron en cuenta el miedo de los encuestados a pronunciarse abiertamente en contra de los sandinistas y la parcialidad de los encuestadores, en muchos casos contratados in situ y próximos al poder. También se infravaloró el descontento popular y probablemente el propio poder de convocatoria de Violeta Chamorro a quien se le reprochaban sus escasas dotes como organizadora y su ignorancia política y económica.
«Pese al adoctrinamiento masivo, las tácticas represivas y el patriotismo antinorteamericano, el pueblo nicaragüense reflejó con el voto su desesperación por una guerra fratricida que ha dividido y llevado el luto a todas las familias casi sin excepción»
A la hora de la verdad los sondeos se equivocaron y la coalición opositora de la UNO derrotó al Frente Sandinista por un 54,7 frente a un 40,8 por 100. En medio del desconsuelo en que quedaron sumidos los sandinistas, el propio Daniel achacó su derrota a la presión de los EEUU y al deseo de la población de que concluyera la guerra, algo que sólo la victoria de la UNO podía conseguir. Sin embargo, uno de los nueve comandantes, Bayardo Arce, el forjador de la disciplina marxista-leninista del Frente, reconoció que las elecciones habían supuesto un “castigo” para el Gobierno: “La gente no ha votado a la UNO, sino contra nosotros”. Más allá del entusiasmo que pueda despertar doña Violeta y su coalición, lo que ha derrotado a los sandinistas ha sido la desastrosa situación a la que han llevado al país a lo largo de casi once años de gestión. Incluso el chivo expiatorio de EEUU como fuente de todos los males de Nicaragua cae ante la desmesurada política del sandinismo que se creyó capaz de ganar en un enfrentamiento frontal a una superpotencia. Los comandantes de Managua no vacilaron a la hora de llevar adelante su proyecto revolucionario en vez de buscar vías alternativas más inteligentes que no rompieran el equilibrio estratégico de la región. Los alrededor de 70.000 muertos y la quiebra del país son hoy los trágicos resultados de esa aventura.
Pese al adoctrinamiento masivo, las tácticas represivas y el patriotismo antinorteamericano, el pueblo nicaragüense reflejó con el voto su desesperación por una guerra fratricida que ha dividido y llevado el luto a todas las familias casi sin excepción y una miseria que ha supeditado todas las expectativas a la supervivencia.
El 25 de febrero marca también el comienzo de una nueva era para la nación centroamericana, llena también de peligros e incertidumbres. Los sandinistas, pese a perder las elecciones han conseguido el respaldo de algo más del 40 por 100 del electorado, una representación en el futuro Parlamento de 39 escaños frente a los 51 de la UNO, son la mayor fuerza política y, sobre todo, como ha señalado un destacado dirigente del Frente, han perdido el Gobierno, pero no el poder. Las armas seguirán en sus manos y ya se ha advertido que no se permitirá el “desahucio de la revolución”, el retorno al capitalismo radical, el desmantelamiento del Ejército y las Fuerzas de seguridad o la expropiación a los campesinos de tierras o propiedades confiscadas.
Pese a las advertencias y los ánimos exaltados de las bases sandinistas, el gesto del abrazo de Daniel Ortega y Violeta Chamorro así como el ofrecimiento a facilitar el traspaso de poderes y la gobernabilidad pacífica del país por parte del candidato sandinista y los llamamientos a la reconciliación nacional de la dirigente opositora han supuesto un comienzo esperanzador para la nueva etapa. El cúmulo de problemas que forzosamente deberá afrontar el nuevo Gobierno aguarda como un campo minado.
El primer objetivo, poner fin a la guerra, parece teóricamente encarrilado con la declaración unilateral de alto el fuego por parte de los sandinistas y el llamamiento hecho por Violeta Chamorro para la desmovilización de la “contra”. La Resistencia Nicaragüense ha terminado por jugar el papel de invitado incómodo y no deseado en un final feliz al que creen haber contribuido de forma determinante. Los siguientes pasos de la transición deberán ser dados con tiento y dentro del margen de maniobra que propicien las difíciles negociaciones de la comisión presidida por el general sandinista Humberto Ortega y el opositor Antonio Lacayo, yerno y jefe de campaña de Violeta Chamorro. El propio Daniel Ortega reconoció que “hay un ambiente bastante tenso y tenemos que trabajar mucho juntos para que la transición, que está bastante compleja, sea tranquila”. Esa tensión puede llegar a estallar si los propios dirigentes sandinistas no controlan a las milicias armadas adictas al Frente. No es descartable tampoco que en la propia dirección sandinista puedan saltar las primeras fricciones tras la conmoción de la derrota electoral.
En el propio camino de la UNO también se adivina un horizonte como mínimo tormentoso. La coalición opositora integrada por catorce partidos, se ha mantenido unida hasta ahora tan sólo por la unión de fe en la victoria sobre el sandinismo. Algunos observadores especulan ya sobre el tiempo que la alianza tardará en estallar, victima de las disensiones. La sombra del revanchismo por parte de los sectores más radicales de la UNO y las justas pretensiones de los exiliados a quienes los sandinistas expropiaron o simplemente quitaron sus propiedades aparecen como trampas mortales añadidas a la futura labor del Gobierno.
Con este panorama tenso, la palabra mágica que está en boca de los sectores más serenos y aparentemente con mayor peso en las actuales circunstancias, tanto en el Frente Sandinista como en la UNO, es negociación. Negociar salvando los obstáculos y los extremismos de ambas partes que se erigen como una constante amenaza del proceso democrático. Un dato que puede favorecer esa política de pacto y compromiso es el equilibrio parlamentarlo salido de las elecciones. Con 51 de los 92 diputados y al no alcanzar la mayoría absoluta de los dos tercios, la UNO deberá pactar cualquier modificación de la Constitución y llegar a acuerdos para dar vía libre a las grandes medidas de su gobierno. Al Gobierno le queda, sin embargo, el recurso del referéndum para sacar adelante alguna ley de especial trascendencia que pueda quedar bloqueada por la oposición.
«La palabra mágica que está en boca de los sectores más serenos y aparentemente con mayor peso en las actuales circunstancias, tanto en el Frente Sandinista como en la UNO, es ‘negociación’»
Las primeras alusiones de Violeta Chamorro en el sentido de mantener a los oficiales y mandos sandinistas, pero reducir los efectivos de unas fuerzas armadas y policiales sobredimensionadas que quedarían bajo la autoridad de un ministro de la UNO parecen entrar dentro de ese curso dé obligado compromiso y concesiones mutuas.
Queda todavía la incógnita de quién va a llevar realmente las riendas del Gobierno. Existen dudas de que, a pesar del excelente papel desarrollado en la campaña electoral, más allá del de digno símbolo del nuevo poder, Violeta Chamorro vaya a tener un papel determinante en el quehacer político. Tras ella, el vicepresidente Virgilio Godoy, de 55 años, despierta en parte de la población y sobre todo en los seguidores sandinistas una profunda hostilidad a causa de su perfil duro y su áspera agresividad verbal. En quienes muchos fundan sus esperanzas para una transición pacífica es en los jóvenes Alfredo Cesar y Antonio Lacayo, moderados y representantes de una generación con mayores expectativas. A ambos se les atribuye gran parte del éxito de la campaña electoral y de la imagen de Violeta Chamorro.
Pese a los augurios con que comienza la transición democrática, el curso de los acontecimientos internacionales y la línea ascendente de la gran política en favor de los procesos democráticos permite albergar una esperanza razonable sobre la recuperación y pacificación en Nicaragua. El levantamiento del embargo norteamericano, la propia ayuda económica de EEUU y del mundo occidental así como el apoyo exterior forman ya un capital nada desdeñable en el haber del nuevo Gobierno.
La derrota del sandinismo en Nicaragua preludia también el principio del fin del proyecto marxista-leninista en el hemisferio americano y el ocaso del sueño que suscitara la revolución cubana en 1959. Para que se cierre el ciclo sólo falta la caída de Castro.
Pese a los consabidos simplismos de una revolución cubana víctima del imperialismo norteamericano que no tuvo otra alternativa que cerrarse a toda evolución y arrojarse en brazos de la URSS, hoy aparece evidente el papel de Cuba coma pieza clave y producto de la confrontación de las superpotencias. Tras el fracaso del desembarco en Bahía Cochinos, en que el presidente
Kennedy, en palabras de Raymond Aron, se hizo acreedor del doble oprobio de una “agresión injustificable y de una debilidad inexcusable” por no haber ido hasta el final, la controvertida crisis de los misiles de 1962 sentó las bases de unas nuevas relaciones entre las superpotencias y marcó el punto de despegue de EEUU hacia la supremacía mundial
Aun cuando hoy persistan aspectos oscuros de aquella crisis y de las últimas intenciones de Kruschev en su reto a Washington, su desenlace supuso un éxito para EEUU que marcaba su territorio a su adversario y le obligaba a ceder. Poco después caía Kruschev y se desactivaba de forma definitiva el ultimátum de 1958 sobre Berlín Oeste. Más tarde las dos superpotencias, primero mediante la firma del Tratado de Moscú sobre la suspensión parcial de las experiencias nucleares de 1963 y cuatro años mas tarde del Tratado de no proliferación de los armamentos atómicos, coincidían en su deseo de eliminar hasta donde fuera posible el riesgo de una guerra nuclear.
De la crisis de los misiles resultó también el acuerdo tácito de no atacar a Cuba, un compromiso secreto norteamericano que al parecer estaba subordinado a una inspección de la isla, a la que Fidel Castro se opuso. Moscú retiro sus misiles, pero estableció una base avanzada desde la que en años posteriores dirigiría y alimentaría la guerra subversiva en toda Iberoamérica. La URSS no renunciaría a la lucha por la hegemonía mundial y a sus aspiraciones planetarias hasta el acceso de Gorbachov al poder, a pesar de que tras el mandato del asesinado presidente Kennedy, EEUU ya afirmaba su superioridad. Ya entonces también la planificación autoritaria y centralizada soviética mostraba sus profundas deficiencias a la hora de adaptarse a los nuevos tiempos. En un expresivo símbolo, los excedentes agrícolas norteamericanos servían para cubrir las carencias de productividad de la URSS.
Hoy cuando los duros tiempos de la guerra fría y el tenso equilibrio de bloques comienza a formar parte del pasado, el régimen castrista aparece como un vestigio anacrónico, producto e otra época. La política de EEUU ya no es la del “garrote”, a pesar del caso panameño, y el pasado respaldo a las dictaduras o erróneo intervencionismo ha dado paso a un decidido apoyo a los procesos democráticos. Sin renunciar al papel de potencia dominante, Washington ha procedido a una revisión de su acción exterior aliviada de la presión de su gran rival. La estabilidad política, la cooperación bilateral y las relaciones económicas son los valores en alza.
El retorno a la democracia de Bolivia, Perú, Colombia, Uruguay, Brasil, Argentina, a los que hay que añadir Chile y Nicaragua, configuran una evolución clara en Iberoamérica, sin ignorar los graves problemas de desarrollo y deuda exterior que atenazan a casi todos esos países, con riesgo de saltos atrás y altos costos sociales.
«Frente a las nuevas circunstancias, la reacción de Castro ha sido la de prepararse para un largo asedio y ‘no dar un paso atrás ni para tomar impulso’»
Frente a las nuevas circunstancias, Fidel Castro parece dispuesto a una resistencia numantina. De nada sirvieron las inequívocas advertencias de Gorbachov, el año pasado, en su visita a La Habana, apenas camufladas por la retórica del lenguaje oficial, ni el desmoronamiento de los regímenes en Europa del Este. La reacción de Castro ha sido la de prepararse para un largo asedio y “no dar un paso atrás ni para tomar impulso”.
En el plano político, los llamados “perestroikos” o partidarios de las reformas han sido barridos. Una profunda purga, en todos los órganos de mando, de la que se desconoce su exacto alcance, ha puesto todo el poder en manos de los militares y de hombres de indiscutible lealtad hacia el líder de la revolución. La ejecución sumaria del “héroe de la guerra de Angola”, general Arnaldo Ochoa, y de otros tres altos oficiales acusados de corrupción y tráfico de drogas en el verano del año pasado, encubría, según fuentes del exilio, un foco crítico en el Ejército, partidario de la introducción de reformas en el curso revolucionario y una posible alternativa de poder a Castro. Según medios de la disidencia, el caso desató la meticulosa “limpieza de “perestroikos”“ y de hombres de fidelidad dudosa, encabezados por el mismo ministro del Interior, general José Abrantes: la purga culminó en los últimos cambios decididos por el Pleno del Comité Central del Partido Comunista Cubano, celebrado el pasado 16 de febrero.
Cerrado el puño en el seno del poder, en la calle y en la oposición interna se ha procedido también a una intensa ofensiva. Una metódica persecución ha tratado de arrancar de raíz cualquier atisbo de crítica o disidencia. El mínimo y aguerrido Movimiento de Derechos Humanos ha sufrido una cadena de detenciones y un acoso sin respiro por parte de “turbas” revolucionarias que cercaron en actitud violenta sus domicilios. Corte de teléfonos, amenazas de muerte y firmes invitaciones a salir del país completaron la respuesta del régimen a la votación en el comité de las Naciones Unidas, el pasado mes de marzo, a favor de seguir investigando la violación de derechos fundamentales en Cuba; la moción contó con la adhesión de Checoslovaquia, Polonia, Hungría y Bulgaria.
Los cambios en Europa del Este consiguieron prender una incipiente llama crítica en la Universidad de La Habana y otros institutos de enseñanza superior, lo que provocó también varias detenciones y el anuncio de una revisión de algunas materias referentes al marxismo leninismo.
El apuntalamiento de las defensas internas ha incluido también un reforzamiento de las medidas de seguridad con un mayor número de patrullas en las calles de La Habana y una campaña de adoctrinamiento masivo a través de los medios de comunicación y la proliferación de los mítines de “reafirmación revolucionaria”. Los tiempos difíciles que se avecinan han hecho también que sean especialmente puestos en estado de alerta los Comités de Defensa de la Revolución, la fuerza civil vigilante y delatora incrustada en el seno de la población, que en cualquier momento puede ser militarizada y armada.
Si bien la situación política y la posible agitación interna parece controlada, es en el aspecto económico donde se encierran los mayores problemas para el futuro de la revolución. El giro de los países comunistas del Este de Europa ya ha comenzado a acusarse en el retraso o aplazamiento sine die de las ayudas y suministros ya comprometidos. El propio Fidel Castro en su diatriba del pasado 7 de marzo contra los hermanos socialistas que abandonaron a Cuba en la votación de las Naciones Unidas se quejó con irritación del cierre de las fábricas en la isla, del retraso de los envíos y de la mala calidad de los productos recibidos del Este de Europa, algunos, en sus propias palabras, “chatarra que ningún otro país quiere comprar”. La ferocidad verbal contra sus antiguos valedores reflejaba la cólera ante lo inevitable. La mayor parte de los países del Este europeo han advertido ya que el trato de favor ha terminado y que debido a la transición hacia una economía de mercado no se podrán seguir perdonando, como se ha hecho cada año, las deudas de Cuba y Nicaragua. Una advertencia desastrosa para una economía en la que cerca del 90 por 100 de sus importaciones y exportaciones se realizan con el bloque del Este. En la pasada cumbre del COMECON, la URSS solicitó que en 1991 el comercio entre los Estados miembros se realice dentro del marco del libre mercado, con precios reales y bajo la obligada referencia al dólar en vez de al rublo. Los efectos para Cuba no pueden ser más negativos. En 1988, el 94 por 100 de las exportaciones cubanas a los países socialistas se realizaron en rublos y sólo un 6 por 100 en moneda convertible. La entrada en vigor de estas reformas en el COMECON al igual que las previstas a partir de julio en la URSS sobre la convertibilidad del rublo y la iniciativa privada apuntan inevitablemente a la eliminación de todo tipo de subsidios y ventajas que conllevaba la “solidaridad de los hermanos socialistas”.
El único asidero económico que le queda todavía a Castro, aunque cada vez más hipotecado, es el acuerdo de comercio preferencial con la URSS. Gorbachov mantiene con el dirigente cubano la misma fría cortesía que en el pasado presidio el trato con otros líderes comunistas caídos y con notorias discrepancias con la perestroika como Ceaucescu o Honecker. En materia política y militar la URSS parece dispuesta aparentemente a mantener su respaldo. Moscú acaba dé entregar a La Habana dos modernos aviones caza Mig-29 y existe un firme compromiso de mantener la ayuda militar que fuentes norteamericanas evalúan en 1.500 millones de dólares anuales. Sin embargo, el peso estratégico y defensivo que tuvo la isla ha perdido hoy buena parte de su valor, teniendo en cuenta sobre todo el actual desenganche de la órbita soviética de piezas de mayor importancia como los países del Este.
En el terreno económico ya han comenzado a tener efecto los recortes que Gorbachov debió anunciar a Fidel Castro en su visita a la isla: fin de las subvenciones soviéticas a las ventas de azúcar a los países del COMECON (comprado por un valor cinco o seis veces superior al precio mundial), reducción en tres años de los intercambios comerciales en más de medio millón de rublos y recorte de las ayudas previstas el año pasado en unas 600.000 toneladas y algo más de un millón de toneladas menos en los suministros de petróleo.
Los recortes de la ayuda soviética preludian el abandono a su suerte del régimen castrista, eventualidad de la que ya se hizo eco el propio Fidel el pasado mes de enero al comentar la posibilidad de que el cese del suministro de crudo de la URSS en las actuales circunstancias, 90.000 toneladas previstas este año. Los crecientes problemas económicos de Gorbachov, enfrentado con una situación de extrema gravedad y las deficiencias en el abastecimiento entre sus propios ciudadanos, contribuirán a cerrar ese caro goteo de recursos hacia el Caribe.
Las presiones sobre Gorbachov para que abandone a Castro comienzan a llegar también desde las filas reformistas en la URSS. Revistas y publicaciones soviéticas “como Nuevos Tiempos”, “Novedades de Moscú” o “Sputnik”, han criticado con dureza el sistema cubana recriminando el racionamiento de productos, pese a las favorables condiciones naturales de la isla, la congelación de salarios, y el mantenimiento de una administración y métodos estalinistas. También se critica al régimen castrista su insistencia en mantener un tercio de las empresas que funcionan con pérdidas, su derroche de la ayuda soviética, estimada en 5 a 6.000 millones anuales (el 19 por 100 del producto interior bruto cubano) y el constante incremento del presupuesto estatal (de un 5 por 100 en 1980 a un 10 por 100 en 1988) destinado a gastos militares, desviando así recursos vitales para el desarrollo.
«Mientras cerca del 90 por 100 del comercio cubano se realiza con el COMECON, los intercambios con otros países asiáticos como China (un 3 por 100 del comercio total cubano) y Japón (un 1,5 por 100) no ofrecen demasiadas expectativas»
Las alternativas para buscar ayudas económicas o salidas comerciales en el exterior son prácticamente nulas. El desesperado intento de Castro de diversificar sus socios comerciales no ha encontrado apenas eco. Mientras cerca del 90 por 100 del comercio cubano se realiza con el COMECON, los intercambios con otros países asiáticos como China (un 3 por 100 del comercio total cubano) y Japón (un 1,5 por 100) no ofrecen demasiadas expectativas. La opción de los países occidentales con el reto de inversiones en el Este europeo abierto en las próximas décadas tampoco encuentra terreno propicio. En Iberoamérica finalmente, al obstáculo insuperable de la deuda externa, hay que añadir la caída de Noriega en Panamá con la consiguiente pérdida de una importante vía de avituallamiento para piezas de recambio y bienes de equipo. Sólo el turismo ofrece alguna posibilidad de facilitar divisas, aunque siempre en la proporción que pudiera llegar a representar un recurso saneado, a causa principalmente del bloqueo norteamericano. El turismo tan sólo representa hoy un 0,5 por 100 del producto interior bruto cubano.
La economía cubana no ha parado de caer prácticamente desde 1986; el paro, de un 3,4 por 100 en 1981, ha aumentado al 6; la productividad ha caído de 2,5 a un 0,8 por 100, y en el período 1985-88 el déficit presupuestario ha aumentado cuatro veces y media mientras el déficit comercial ha crecido a razón de 2.000 millones de dólares anuales.
Para afrontar el aislamiento el régimen castrista ha dispuesto, además de su endurecimiento político y represivo, un plan de emergencia nacional para implantar una economía de guerra.
El consumo de combustible se reducirá al mínimo, se cerrarán fábricas poco productivas, se paralizarán los proyectos sociales, sanitarios y educativos para dar preferencia a la generación de recursos vitales como 1a producción alimenticia, ganadera e industrial. Un plan que a pesar del entusiasmo militante suscita el profundo temor de que el malestar ya existente entre amplias capas de la población por la falta de productos y el deterioro de los servicios termine por desencadenar una espiral de estallidos sociales y violenta represión gubernamental.
Una gran mayoría de observadores, pese a las diferencias entre ambos personajes, prevén un fin de Castro similar al de Ceaucescu en Rumanía. La cerrazón de Fidel a cualquier evolución o apertura, ha sido, como en el dirigente rumano, firme y reiterada. El fracaso de los tímidos y artificiales experimentos de libre mercado de mediados de los años 80 en la isla y la reciente derrota de los sandinistas en Nicaragua dan argumentos a la intransigencia frente a cualquier variación fundamental del rumbo revolucionario dentro de la pura y dura ortodoxia marxista leninista. Probablemente se teme que dada la inercia de los acontecimientos y el desmoronamiento del comunismo, cualquier fisura provoque el desplome que las primeras grietas ya anunciaron en la RDA, Polonia o Bulgaria. Queda por saber el tiempo que durará la resistencia numantina del castrismo, y cómo se producirá su caída definitiva.
Sin embargo, y como se ha señalado recientemente en un interesante trabajo sobre las expectativas del régimen castrista, existen algunas y sensibles diferencias entre Cuba y el resto de países del bloque del Este que podrían afectar a la evolución del régimen, al menos a corto plazo. “Mientras los regímenes comunistas del Este de Europa fueron impuestos a la fuerza por la URSS, Castro llegó al poder como resultado de una sublevación popular, y aunque ha perdido el apoyo de buena parte de la población, probablemente mantiene todavía un apoyo mayor que el resto de sus homólogos comunistas europeos antes de las reformas.” Mesa-Lago subraya también, a pesar del aumento de las restricciones, el mejor suministro de productos básicos y más eficientes servicios sociales así como un clima en el que no cabe el espectro de un frío invierno sin calefacción. En una comparación más puntual, en Cuba no hay la división entre las Fuerzas Armadas y policiales ni es tan elevado el nivel de represión y corrupción como en Rumanía; tampoco hay una Iglesia como fuerza enfrentada ni unos sindicatos rebeldes como en Polonia, y el propio aislamiento insular de Cuba impide el tipo de virus occidental que contagió por contacto a Hungría y Polonia. Las restricciones a la salida del país son menores que fueron en los países del Este –excepto Hungría–, lo que ha hecho que un 10 por 100 de la población cubana abandone la isla, con el consiguiente alivio de potenciales oponentes.
Pero aún teniendo en cuenta las anteriores diferencias, las circunstancias actuales son también muy distintas a las que permitieron en su día mantener una estrategia similar de resistencia frente al bloqueo norteamericano. A la falta de respaldo soviético y del bloque del Este hay que añadir la aparición de nuevas generaciones mayoritariamente ajenas a la emotividad y enganche patriótico que provocó la pugna con el “imperialismo norteamericano” y a las que resulta más difícil motivar con el fundamentalismo ideológico de la propaganda castrista.
Con un horizonte más allá de la caída de Castro y la evolución de Nicaragua, Iberoamérica entra también, en palabras de Octavio Paz, en “una nueva era”. Una vez caídas las dictaduras nacidas al amparo del “gran vecino del norte” y levantada acta de defunción del mesianismo revolucionario marxista-leninista como alternativa de liberación, desaparece un gran efecto distorsionante en la búsqueda de soluciones para los graves problemas de desarrollo e injusticia social del continente.
Descabezadas buena parte de las pugnas ideológicas y desaparecida prácticamente la presión de la lucha entre las superpotencias, las naciones iberoamericanas al igual, aunque en menor medida, que los países del Este o la URSS deben lidiar ante todo con unos problemas económicos que amenazan con dificultar e incluso con paralizar el proceso de transformaciones políticas. De la capacidad de esos países para superar ese reto depende en gran parte la suerte y configuración de esta nueva era a cuya gestación asistimos en estos meses. La creciente convicción de vivir en un mundo de equilibrios cada vez más frágiles e interdependientes, en el que los problemas y carencias locales inevitablemente acaban afectando a todos, puede favorecer la búsqueda global de soluciones y aliviar los dolores del alumbramiento.