Las vacunas avanzan, las muertes y contagios remiten y emergen certezas sobre el mundo que deja la pandemia. Es un mundo menos democrático. Ya lo sabíamos. El declive empezó hacia 2010 y se agravó a lo largo de la década, sobre todo en Asia (Pacífico y Central), Europa del Este y América Latina. Los datos son muchos, pero basta uno como muestra: la población mundial que vive en autocracias ha pasado del 48% en 2010 al 68% en 2020.
La llegada del Covid-19, con las medidas excepcionales durante el último año, ha acelerado el deterioro de las cualidades democráticas en muchos países. La pandemia ha ofrecido asimismo un escenario óptimo para la competencia del autoritarismo con la democracia liberal. China y Rusia se presentan ya abiertamente como un modelo alternativo; más eficaz para el gobierno interno y más pragmático en política internacional. Su mensaje, convenientemente acompañado de propaganda y presiones, ha calado hasta tal punto que algunos expertos hablan de un proceso de autocratización contemporánea, con causas internas pero influido también desde el exterior. Este proceso se desarrolla de forma gradual y sigue pautas similares: los gobiernos intentan controlar los medios de comunicación y la libertad de cátedra, a menudo activan la polarización y utilizan la desinformación a través de las redes sociales, una vez controlados los medios y la sociedad civil, socavan las instituciones, el Estado de Derecho y el proceso electoral.
Hasta ahora, rusos y chinos parecían comprender mejor que nosotros que el socavamiento de la democracia desestabiliza en el interior y debilita en el exterior. La Unión Europea lo observa en países miembros como Polonia y Hungría y en vecinos esenciales como Turquía. Estados Unidos ha entendido que, además del comercio y la tecnología, la rivalidad con China se libra en el frente de la democracia. Ganarlo poco tiene que ver con exportarla a países como Afganistán. Requiere ejercerla y cuidarla internamente con mejores políticas, así como defenderla con coherencia junto a los socios, sin olvidar las pequeñas democracias emergentes que buscan consolidarse. ●