Por Natalia Sancha
A sus 51 años, Maamoun Abdulkarim ha vuelto a las aulas para enseñar arqueología en Damasco. Entre 2012 y 2017 ocupó el cargo de director general de Antigüedades y Museos en Siria, país que aglutina seis yacimientos catalogados por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.
Este arqueólogo, el último en activo en Siria, nació en la ciudad de Derik (noreste de Siria), en el seno de una familia pudiente. “Tenía que tener orígenes mezclados para poder gestionar bien las cosas en este país”, bromea quien llegara al mundo de un padre armenio y de una madre “mitad cristiana siríaca y mitad kurda”. Realizó sus estudios de doctorado en Francia junto con los mejores especialistas galos. Nada más graduarse decidió regresar a su país. Ha vivido los últimos 20 años en Damasco, ciudad que ha rehusado abandonar durante casi una década de conflicto. “No se puede partir el patrimonio sirio en dos, uno leal y otro insurrecto”, reitera en las conferencias que imparte en el extranjero para contrarrestar la creciente politización de las piedras, de la cultura, en el tablero sirio.
Su pericia, honestidad e independencia política le permitieron salvar más de 300.000 antigüedades sirias del pillaje, los bombardeos, los combates y la aniquiladora ignorancia del grupo terrorista Estado Islámico. Los ha enterrado bajo tierra y los devolverá a los museos sirios cuando retorne la paz. “Son la memoria de un pueblo”, responde con orgullo. Pero ahora le preocupa el abandono de los sitios y ciudades dañados que, sin una pronta restauración, serán irrecuperables. No quiere que ocurra como en Beirut, donde el patrimonio se salvó de la guerra para luego perecer por el agua y la humedad en los sótanos.
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