EE UU ha lanzado una ofensiva contra el EI, apoyado por una coalición en la que no participan Rusia e Irán, los únicos capaces de negociar una solución política al conflicto sirio.
Un año después de que Barak Obama hiciera sonar los tambores de guerra contra Bashar al Assad por el uso de armas químicas contra su población, el presidente norteamericano se embarca en un ataque en territorio sirio. Lo hace, sin embargo, cambiando de enemigo, contra el Estado Islámico al que también combate el régimen sirio. Y lo hace sin la aprobación del Congreso. Transcurridos también 11 años desde que liderara la coalición que depuso a Saddam Hussein en Irak, Estados Unidos intenta alejar todo paralelismo entre la tercera guerra del Golfo y la intervención en Siria.
Un mes sobrevolando el territorio sirio con drones, dos semanas de reuniones a contrarreloj y un viaje del secretario de Estado norteamericano, John Kerry, en busca de apoyos entre los aliados árabes han bastado para armar una apresurada alianza. La coalición creada en tiempo récord cuenta mayoritariamente con monarquías del Golfo suníes, que se enfrentan a un ejército de entre 20.000 y 50.000 yihadistas de la ortodoxia suní. La alianza se compone de heterogéneos actores: dos con poco peso regional como Emiratos Árabes Unidos (EAU) o Bahréin, un país fronterizo como Jordania y dos potencias suníes regionales como Qatar y Arabia Saudí, enfrentadas entre sí por el control de las milicias suníes en la zona. El único punto en común de los cinco aliados árabes, más allá de ser monarquías suníes, es la enemistad que profesan hacia el régimen sirio y su patrocinador iraní, así como su negativa a participar con tropas en el terreno.
Entre los ausentes y, sin embargo, actores clave en el conflicto regional despertado por la guerra siria,…