Fuera del foco mediático y político tras el alto el fuego acordado por Rusia y Turquía en 2020 parecía que la guerra en Siria ya era una cosa del pasado. El régimen de Bashar al Asad se encontraba ya en proceso de reintegración al escenario regional e internacional. Reingresado en la Liga Árabe y con varios gobiernos occidentales dispuestos a reabrir sus embajadas en Damasco, algunos ya habían declarado a Siria país seguro (al que, en consecuencia, podrían volver a enviar a los refugiados que acogen temporalmente).
Desde el estallido de la revolución en su contra en 2011, Asad nunca había vuelto a controlar la totalidad de su territorio ni a recuperar el monopolio del uso de la fuerza. Sin embargo, la sensación para el régimen, respaldado por Moscú y Teherán, era de victoria. La eliminación de los rescoldos de rebeldía que quedaban, sobre todo en la provincia noroccidental de Idlib, era solo cuestión de tiempo.
Ahora, tras la toma de los rebeldes de Damasco y la caída de la República Árabe, la situación es muy fluida y depende de la capacidad y voluntad de muchos actores implicados, algunos ocupados en otros frentes en la región. Cabe señalar que los llamados rebeldes no constituyen un grupo homogéneo, más allá de compartir el rechazo al régimen sirio. Ahora el protagonismo en la victoria corresponde al grupo yihadista Hayat Tahrir al Sham (HTS), comandado por Abu Mohammed al-Golani. La unión con otros muchos otros actores armados, ligados al denominado Ejército Libre de Siria (o el Ejército Nacional Sirio) ha sido clave para la pulsión contra las fuerzas gubernamentales.
Pero lo más llamativo es que el avance de las milicias rebeldes se ha producido prácticamente sin resistencia alguna, dado que las fuerzas del régimen han optado por retirarse de sus posiciones iniciales….