Tras más de 13 años de guerra civil, al cierre de esta edición, caía el régimen de Bashar al Assad en Siria. En menos de una semana, los combatientes liderados por el grupo Hayat Tahrir al Sham (HTS), dirigido por Abu Mohammed al Julani, lograban acabar con cinco décadas de represión, sectarismo y corrupción. Un régimen que, sin duda, se ha visto diezmado por las dinámicas regionales y globales y ha acusado la falta de apoyo de sus principales patrocinadores: Rusia, concentrada en Ucrania desde febrero de 2022, e Irán y Hezbolá, debilitados por la intensificación de los ataques de Israel a objetivos iraníes en territorio sirio y la guerra contra la milicia chií en Líbano.
La desaparición de Al Assad está siendo celebrada por los millones de sirios que han sufrido bajo su mandato. Más de 12 millones de personas –la mitad de la población – se han visto obligadas a abandonar sus hogares y hay más de 100.000 “desaparecidos”, personas que fueron secuestradas por las fuerzas de seguridad y que siguen en paradero desconocido. Pero la alegría se verá atenuada por la cautela ante lo que se avecina. Se abre ahora un periodo de gran incertidumbre tanto en el plano interno como en el regional e internacional. La diversidad étnica, lingüística, la violencia sistemática de los diferentes grupos, además de la injerencia de diversos actores externos añade más dudas al futuro sirio.
Es difícil saber quién liderará la transición. Los llamados rebeldes no constituyen un grupo homogéneo, más allá de compartir el rechazo al régimen sirio. Y si bien durante la última ofensiva ha habido coordinación entre HTS y las facciones respaldadas por Turquía que operan bajo el paraguas del Ejército Nacional Sirio, y otros grupos que cercaban Damasco desde el sur, la verdadera prueba de entendimiento llegará cuando las diversas facciones deban repartirse el poder. Por otro lado, el país tiene una población diversa. Un futuro gobierno de HTS despierta grandes suspicacias entre los diversos grupos por sus antiguos vínculos con Al Qaeda, a pesar de haber intentado mostrar un perfil más moderado durante su mandato de la provincia noroccidental de Idlib a través de un gobierno dirigido por civiles. El mero control del orden púbico interno por las nuevas autoridades puede ser otro gran desafío.
En el terreno internacional, el derrocamiento de Al Assad supondrá una reordenación del equilibrio de poder en la región, además de un duro golpe para el “eje de la resistencia” liderado por Teherán. Bajo el régimen de Al Assad, Siria formaba parte de la conexión entre los iraníes y la milicia chií libanesa, Hezbolá, y era clave como vía de tránsito para suministrar armas y municiones al grupo. La propia Hezbolá ha quedado muy debilitada tras un año de guerra con Israel y su futuro es incierto. Aún más después de que llegara a un acuerdo con Israel, antes de que se lograra un alto el fuego en Gaza, rompiendo en cierta medida el vínculo entre ambos conflictos.
Para Rusia, principal salvador de Al Assad desde 2015, la caída del régimen es un golpe cuya importancia es difícil de calibrar. Sea cual sea el gobierno que surja en Damasco, se espera que –por el momento– respete el acuerdo que Al Assad alcanzó por el que se concedía a Rusia el uso de una base naval en Tartús, y una nueva base aérea en Hamaimim. Pero este importante activo es vulnerable, lo que pone en peligro su influencia en la región. Cabe esperar que la Turquía de Erdogan intermedie y quizá pacte con Moscú el destino de las bases.
El ganador más probable es Turquía, que apoya a algunas de las fuerzas de la oposición. Ankara tiene muchos intereses en buscar la protección de su propia frontera para evitar nuevas oleadas de refugiados y que las milicias kurdas puedan colaborar con el PKK.
En cuanto a los países árabes, en los últimos tiempos el régimen de Al Assad era visto como un mal menor, hasta el punto de que había sido invitado a volver a la Liga Árabe. Ahora, la respuesta de Arabia Saudí, Irak y Jordania será fundamental para la estabilidad o no del nuevo régimen sirio.
Israel considera la caída del Al Assad una victoria, el resultado directo de los ataques a Irán y Hezbolá, principales aliados del régimen sirio. Sin embargo, el despliegue de las tropas israelíes en la llamada «zona de amortiguación» en los Altos del Golán, muestra la sensación de peligro del país.
Para Occidente, el fin de la dictadura es una buena noticia. Sin embargo, en sus relaciones con la nueva Siria, debe ser firme para que el movimiento militar dé paso a uno político y, por encima de todo, que sea una Siria inclusiva en la que entren todas las minorías. Ante la llegada de un Trump aislacionista a la Casa Blanca, la Unión Europea debe demostrar su voluntad mediterránea y acompañar al país en el proceso de reconstrucción.