La economía brasileña afronta un desafío de compleja resolución. Debe fortalecer su capacidad productivo-exportadora para no incurrir en un déficit en la balanza por cuenta corriente que año tras año sea superior a la entrada de IED. De lo contrario su situación externa se fragilizará.
A comienzos del siglo XXI tuvo lugar una inusitada irrupción de China e India en la economía mundial a la que se incorporaron, con un pequeño desfase temporal, Brasil y Rusia. Varios economistas de Goldman Sachs dirigidos por James O’Neill,1 en 2003, agruparon estos países bajo la denominación de BRIC. En 2010, China promovió la incorporación al grupo de Suráfrica y el acrónimo se convirtió en BRICS. Lo destacable de este grupo de países era su potencial de crecimiento, ya que según sus estimaciones se convertirían en 2050 en la primera fuerza dinámica del crecimiento mundial. Es más, señalaban que en menos de 40 años, en circunstancias similares a las vigentes y con una continua mejora de sus instituciones y políticas para el desarrollo, los BRICS tendrían un PIB conjunto superior al de los países del G6, en la actualidad las economías más industrializadas del mundo.
Los resultados del trabajo de los analistas de Goldman Sachs pudieron parecer excesivamente optimistas aunque China e India eran ya dos economías de gran dinamismo. China llevaba tres lustros con una tasa de crecimiento del PIB promedio superior al 10 por cien e India, desde la apertura y reforma de 1992, registraba tasas promedio del ocho por cien. Sin embargo, Brasil y Rusia presentaban rasgos de mucho menor dinamismo y se tenía la impresión de que eran economías que vivían bajo la amenaza de continuos shocks externos. Su inserción externa determinaba una fuerte dependencia de los mercados financieros internacionales. No obstante, el perfil de estos dos países cambió…