El modelo de seguridad basado en la acumulación de armamento y el protagonismo de los ejércitos ha mostrado su inadecuación ante los problemas de la última década. Las amenazas, sobre todo las derivadas de la desigualdad, requieren planteamientos de seguridad colectiva.
Desde el final de la guerra fría, cuando la política internacional se subordinaba a los requerimientos de la estrategia militar definida por las dos superpotencias, el escenario de seguridad internacional se ha ido transformando a una velocidad creciente. Sin embargo, no todos los actores nacionales e internacionales integrados en este contexto han reaccionado de modo similar ni a un ritmo parecido, de tal modo que hoy se perciben ya con nitidez los desajustes que esto ha producido.
Algunos actores, como las Naciones Unidas, han sido arrinconados a corto plazo en el lugar central que le corresponde en la promoción de la paz y seguridad mundial. Otros, como Estados Unidos y su “guerra contra el terror”, repiten errores con su actual estrategia unilateralista y militarista, que tiene a Irak como caso sobresaliente. Los hay, como Rusia, que aspiran a recuperar su estatuto de superpotencia jugando erróneamente con su potencial energético y su pretendida fuerza militar, sin entender que ése no puede ser hoy el camino en un mundo globalizado e interdependiente. La Unión Europea, sumida aún en la parálisis política, sigue preguntándose qué quiere ser de mayor, mientras se presenta oficialmente como una potencia civil con capacidades militares al servicio de la prevención de conflictos violentos y la gestión de crisis.
Solo unos pocos han actuado en consonancia con los nuevos tiempos, tratando de conformar una visión y una estrategia preventiva que asuma la necesidad de adelantarse al estallido de la violencia, en línea con los postulados de la seguridad humana como superación del modelo de seguridad de los Estados…