POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 170

Ingrid Betancourt (abajo en el centro) y su madre (a su izquierda) rezan en la base aérea de Catam junto a otros 11 liberados del secuestro a manos de las FARC (Bogotá, 2 de julio de 2008). GETTY

Se acerca el final del conflicto

Tres intentos fallidos de lograr la paz en los años ochenta, noventa y 2000 dejaron una lección: los conflictos no los definen las armas, sino la gente. La guerrilla no pudo cobrar la victoria por carecer de brazo político urbano. El Estado tampoco pudo por su débil brazo social.
Guillermo Pérez Flórez
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Durante los años ochenta y noventa del siglo XX Colombia vivió uno de los periodos más complejos y críticos de su historia. El Estado era incapaz de ocupar y controlar el territorio; tenía media docena de grupos guerrilleros (FARC, ELN, M19, EPL, Quintín Lame y PRT); tres poderosos cárteles de drogas (Medellín, con el tristemente célebre Pablo Escobar; Cali, con los Rodríguez Orejuela; y Norte del Valle); así como un centenar de bandas paramilitares (inconexas) que habrían de convertirse en las sanguinarias Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), al mando de Carlos Castaño y Salvatore Mancuso.

Pese a todo esto, Colombia era capaz de producir una de las mejores literaturas del mundo, de construir una idea de país y de sobreponerse a lo peor. Entre agosto de 1989 y abril de 1990 fueron asesinados tres candidatos presidenciales: Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro. El primero, un carismático y joven dirigente liberal que las encuestas situaban como favorito para ganar las elecciones. El segundo, el líder de la Unión Patriótica, partido surgido de los acuerdos entre Belisario Betancur (1982-86) y las FARC. Y el tercero, el jefe del M-19, que acababa de firmar la paz con Virgilio Barco (1986-90).

Los anteriores párrafos compendian el capítulo más dramático de la historia nacional contemporánea. Cuando se mira hacia esos años… todo es tragedia. El asalto al Palacio de Justicia y la muerte de casi todos los magistrados de la Corte Suprema y del Consejo de Estado (1985); el exterminio sistemático de sindicalistas, indígenas y líderes populares; el asesinato de ministros, procuradores, periodistas, jueces, fiscales, policías, soldados y civiles, cuyo único pecado era estar en el lugar equivocado, como ir en un avión que estalla en pleno vuelo, o estar en un centro comercial. Ningún país supera a Colombia en dolor y sufrimiento…

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