La vuelta de EE UU al primer puesto de los países productores de petróleo tendría un impacto positivo, aunque modesto, en el PIB. Más allá de este impulso, la menor dependencia energética exterior favorecería la estabilidad, promoviendo las inversiones y una inflación estable.
Una de las principales palancas del crecimiento económico son los avances tecnológicos. El desarrollo de nuevas herramientas, innovadores sistemas productivos o modelos organizativos más eficientes favorecen un aumento de la productividad con efectos directos e indirectos sobre el conjunto de la economía. La innovación favorece el desarrollo y los ejemplos históricos, desde el fuego hasta el smartphone, son contundentes. La mayoría de las conclusiones que se extraigan de la evidencia empírica se pueden aplicar al ámbito de la energía. Y es que este ha sido otro de los vértices de desarrollo económico, aunque en ocasiones de lo contrario, es decir, de recesiones, o al menos de episodios de volatilidad en la evolución del PIB. Desde los años setenta, cuando se puso de manifiesto la vulnerabilidad de los países desarrollados a un shock, bien en forma de disponibilidad de una fuente de energía (entonces el petróleo), bien en su encarecimiento, se han puesto en marcha iniciativas para reducir la dependencia del crudo. Y estas se han centrado en dos grandes líneas. Por un lado, desarrollar fuentes de energía alternativas, con distintas políticas entre los países y resultados también diferentes en términos de capacidad (¡y coste!) de generación. La otra línea de actuación ha consistido en una reducción de la “intensidad energética”, esto es, del consumo de energía por cada unidad de PIB. Los resultados son claros al observarse una mayor eficiencia (especialmente en los países desarrollados), tanto por la concienciación del consumidor como por el desarrollo de mejoras tecnológicas que reducen el consumo, y por un cambio…