‘Sarajevo es parte de mi más verdadera vida’
Habitación 426 del Holiday Inn de Sarajevo. Un colchón en la ventana tapa las vistas a la Avenida de los Francotiradores. Una pequeña lámpara, una vela casi siempre, ilumina la mesa de trabajo. Así es como Alfonso Armada escribió gran parte de sus diarios de la guerra de Bosnia. Acompañados de una selección de sus crónicas publicadas en El País entre agosto de 1992 y julio de 1993, Sarajevo es un homenaje a la ciudad sitiada y un recuerdo helador de lo que Europa presenció hace 23 años.
Empecemos por el principio. O por el domingo 30 de agosto de 1992, con el relato de la masacre en un mercado: «No puede estar ocurriendo esto en la Europa de nuestros días. Nuestra conciencia no lo podría soportar», escribe Armada sobre una Europa donde francotiradores disparaban a ancianos, niños, mujeres, civiles y también soldados. Hace apenas dos décadas los vecinos europeos toleraron “una tumba colectiva con decenas de cadáveres musulmanes asesinados a sangre fría en una ciudad llamada Mostar”. Esto era en 1992. Luego vino la matanza de Srebrenica de 1995, que el periodista no cubrió, pero que cierra las últimas entradas de su diario, en 2013.
La edición de Sarajevo que ha hecho Malpaso puede considerarse un libro de historia. Incluye un prólogo de la también periodista Clara Usón y fotografías de Gervasio Sánchez. No es solo un acierto en un catálogo editorial, sino una labor de recuperación de la memoria y de dignificación de la labor del periodismo, de ese periodismo real, centrado en la vida de las personas, con los pies en el terreno y los ojos en la cara.
Para Armada fue indispensable acompañar su trabajo de corresponsal de guerra con el relato íntimo de esa experiencia. El diario parece claramente escrito para ser leído. Quizá por la conciencia de la muerte y su deseo de ir más allá de lo que la norma periodística marca. Sólo así el reportero puede traspasar los límites de la emoción y la opinión en afirmaciones como: «Es muy fácil e inútil decir que todos son igualmente culpables, porque no resuelve nada y además es injusto presentar a las víctimas como culpables de serlo y a los verdugos como incapaces de detener su negra ejecutoria».
Sarajevo está estructurado en tres diarios. El «primer cuaderno» comienza en Madrid, el 14 de agosto de 1992, y se cierra en Vigo, el 25 de septiembre. En esas semanas, Armada llega a un país antes llamado Yugoslavia, atraviesa Croacia, Bosnia y llega a Sarajevo. Visita cementerios, morgues, hospitales, cruza a toda velocidad las calles de la ciudad donde todos sus habitantes son dianas. Vivir en medio de la muerte que significa la guerra es lo que hacían los habitantes de Sarajevo, cuya dignidad les llevaba a arreglarse, salir a comprar flores, asistir a una función de teatro o esperar en una cola para comprar pan. Todo lo cual podía terminar en una masacre. Más del 90% de los muertos en la guerra de Bosnia fueron civiles, el 20% niños. Y en medio del miedo y la muerte se encuentra con el Teatro de Guerra de Sarajevo, el frente levantado por los artistas en la Sarajevo sitiada, donde serbios, croatas y musulmanes trabajaban juntos.
El «segundo cuaderno» va del 24 de noviembre de 1992 al 1 de enero de 1993. Armada se encuentra con una guerra cada vez más enquistada. Está presente su frustración no solo con la comunidad internacional, con los políticos europeos en primer lugar, sino con su propio periódico, preocupado por cuestiones administrativas y contables frente a la realidad de una guerra brutal en el corazón de Europa, donde decenas de miles de mujeres –38.000, 50.000, ¿quién sabe cuántas?– fueron violadas en Bosnia-Herzegovina. «Como resultado del embrutecimiento, del envilecimiento que fue adquiriendo el conflicto, ha quedado un país políticamente inviable, como es hoy Bosnia». La tardanza en intervenir radicalizó el conflicto, creó filiaciones religiosas y étnicas que apenas estaban presentes antes de la guerra.
El «tercer cuaderno» se abre el 11 de julio de 1993 y concluye el 10 de agosto. «Vuelvo a Bosnia porque quiero rebajar la cuota de mi vergüenza, de mi complicidad, como Europeo y como ¿hombre? Con la tragedia, ésta tan concreta, de cada día, que nos salpica hasta las cejas aunque no queramos enterarnos». En este cuaderno, Armada incluye los ochos días que Juan Goytisolo pasó en Sarajevo, para comprobar con sus propios ojos la aniquilación de los musulmanes de Bosnia. A Goytisolo lo convenció Susan Sontag de la necesidad de ir allí para «hacer algo moralmente decente», como explica la escritora y guionista estadounidense en la entrevista que le hace Armada, incluida en el libro.
Sarajevo se cierra con dos epílogos. El primero sobre Dayton en 1998, la ciudad donde se firmaron en 1995 los acuerdos de paz que pusieron fin a la guerra. El segundo, escrito en 2013, cuando Armada regresa a Bosnia con Gervasio Sánchez. En una mesa de comedor, iluminado con luz eléctrica, Armada hace un listado de todo lo que nunca antes pudo hacer en Sarajevo: coger el tranvía, pasear por la orilla del río, entrar por la puerta principal del Holiday Inn o no tener miedo.