Salafismo, la mundanidad de la pureza
Mediante una revisión de la historia y un análisis de las fuentes primarias islámicas (el Corán y los hadices), Luz Gómez cuestiona el concepto de salaf (predecesores) que reivindica la corriente salafista. No solo dicho concepto no aparece como tal en el Corán, sino que el concepto mismo ha sido objeto de una apropiación por parte de los salafistas para distinguir entre los verdaderos seguidores de la Sunna y los demás. Si bien esta corriente sostiene que es la única vía auténtica para ser un verdadero musulmán, no deja de ser una construcción doctrinal moldeada por distintas autoridades salafistas a lo largo de los siglos cuyo doble objetivo ha sido la “depuración del pasado y la purificación del presente”. De este modo, los salafistas han creado sus propios métodos de selección e interpretación de los hadices, sus propias autoridades y su propio lenguaje.
Bajo esta perspectiva, recuerda la plétora de retos a los que diferentes figuras prominentes del salafismo y del wahabismo han tenido que enfrentarse como el racionalismo ilustrado, el fin del califato en 1924, la lucha anticolonial o la irrupción de cuestiones relacionadas con el modo de gobernanza perfectamente islámico o la relación entre lo civil y lo religioso. En un contexto marcado por multitud de mutaciones culturales, económicas, políticas y sociales, el salafismo ha buscado promover un ideario modélico, un dogma según el cual el salaf es “estático, inmutable, ajeno al contexto y las necesidades”. Sin embargo, esta pretensión no es otra cosa que una construcción textual mundana, es decir el fruto de determinadas circunstancias, épocas, lugares y sociedades. Luz Gómez detalla los contextos en los que los significados de los textos que sirven de referencia a los salafistas han sido trasmitidos. Este proceso de construcción doctrinal fue complementado por una serie de prácticas que van desde la creación de hermandades para mantener la autenticidad que estas comunidades reclaman, a diversos rituales, formas de socialización e incluso de vestir y de hablar el árabe.
Si bien se ha conseguido dotar al salafismo de unos sólidos pilares para cohesionarlo y distinguirlo de otras corrientes, sería equivocado considerarlo como un bloque monolítico. En este sentido, la autora expone el mayor dilema al que se enfrentó el salafismo en el siglo XX: restringirse a un posicionamiento exclusivamente pietista o ser secuestrado e in fine absorbido por el wahabismo, corriente que se desarrolló en el siglo XVIII en Arabia Saudí e India y que comparte mucho con el salafismo. En su análisis de la relación entre ambas corrientes a lo largo del siglo XX, Luz Gómez se centra en las diferencias entre un salafismo en plena rearticulación en una era mundializada y transnacional y el wahabismo marcado por el sello nacional saudí. Subraya cómo la política hegemónica del reino saudí, respaldada por algunas instituciones como la Liga del Mundo Islámico y universidades de proyección global, permitió raptar el salafismo. En este contexto, el fin del siglo XX, marcado por el fin de la guerra fría y la segunda guerra del Golfo, constituyó un momento clave para la evolución del salafismo.
De hecho, la segunda parte de la obra se centra en las múltiples mutaciones del salafismo. Siguiendo la clasificación de Wiktorowicz, que distingue entre salafismo quietista/pietista, político y yihadista, la profesora examina la evolución del salafismo contemporáneo a través de los debates clave que marcaron el universo salafista. En primer lugar, aborda las tensiones entre una multitud de salafismos nacionales (o incluso nacionalistas) que irrumpieron en el contexto de la lucha anticolonial y el desarrollo de un salafismo transnacional impulsado por el reino saudí. Este último, cuya expansión se notó en la segunda mitad del siglo XX, hizo hincapié en las prácticas sociales, los rituales religiosos, la vida comunitaria y el proselitismo (dawa) en detrimento de cuestiones fundamentales como la participación política. Esto explica por qué diversos regímenes autoritarios árabes trataron de domesticar el salafismo: como herramienta de control social permite mantener al margen actores potencialmente peligrosos para la salvaguardia de estos regímenes o incluso usarlos, como se hizo en Marruecos o Egipto, para contrarrestar la influencia de los Hermanos Musulmanes. El auge del madjalismo, corriente apolítica cuando se trata del régimen saudí y política cuando se trata de intervencionismo fuera del país (por ejemplo, Libia), es la mejor demostración de ello. Para parafrasear a Luz Gómez, este segmento de los salafistas ha acabado haciendo política de forma supuestamente apolítica.
Aun así, la cuestión de la participación política se ha planteado de forma destacable a finales del siglo XX y principios del siglo XXI. La guerra del Golfo, en la cual se planteó cómo tratar al enemigo (EEUU) cuando éste está en casa (Arabia Saudí), ha desempeñado un papel crucial al respecto. Conviene tener este contexto en mente para entender el desarrollo de la rama yihadista dentro de la corriente salafista. A nivel teórico, el análisis histórico de la autora permite trazar cierta continuidad entre el yihadismo de hoy y la eclosión del salafismo yihadista en Argelia en la última década del siglo pasado. Los yihadistas pudieron desarrollarse su corpus doctrinal mediante dos importantes maniobras intelectuales: por una parte, lograron convertir en obligación moral colectiva una serie de indicaciones contextuales y puntuales presentes en las fuentes primarias (p.e., la alianza exclusiva entre musulmanes) y, por otra parte, expandieron el uso del takfirismo (o anatematización) de modo que desacredite cualquier individuo o gobierno que no siga su cosmovisión y justificar el uso de la violencia en su contra.
Finalmente, la conclusión reflexiona sobre el presente y posible futuro del salafismo. Según Luz Gómez, los salafistas han ganado la batalla por la identidad islámica. Explora cómo han convertido el carácter civil del Estado en una cuestión nacional, subraya su capacidad de reapropiarse del espacio público y, sobre todo, sostiene que esta corriente ha logrado empoderar al individuo salafista de tal modo que se convierte en un experto religioso “responsable de lo que lee y cómo lo lee”.