La ‘primavera árabe’ ha transformado los movimientos salafistas. Unos han optado por un mayor activismo político; otros por nuevas ofensivas violentas, gracias al flujo de armas desde Libia y los ingresos de los tráficos ilícitos. El Magreb y Europa comparten los riesgos.
La desestabilización del norte de Malí y la reciente intervención militar francesa para recuperar el control de sus principales ciudades, el goteo de secuestros de ciudadanos occidentales o el asalto a la planta de gas argelina de In Amenas son ejemplos palpables de las amenazas que se ciernen sobre el Sahel por parte de grupos salafistas. Sus efectos desestabilizadores podrían alcanzar a los países del Magreb si no se adoptan las medidas oportunas.
El salafismo es fundamentalmente un método para determinar la correcta interpretación de la religión basada en el Corán, la Sunna y el modelo de los primeros musulmanes. Pero es también un movimiento cuya extensión en el mundo árabe en las últimas décadas se vio impulsado por las ambiciones de Arabia Saudí para difundir el wahabismo, que mantiene una visión rigorista del islam muy cercana al salafismo. De hecho, la evolución del salafismo como movimiento ha estado ligada al desarrollo de los acontecimientos en el reino saudí.
Hasta la década de los noventa, el salafismo fue ante todo un movimiento pietista y apolítico que no planteaba retos al poder establecido. Ello explica el amplio apoyo que recibe de Arabia Saudí, e incluso la utilización que determinados regímenes hicieron del conservadurismo salafista para contrarrestar a los movimientos islamistas más políticos. Es a partir de esa década cuando comienza a perfilarse una clara separación entre lo que se ha denominado salafismo académico (salafiyya al ilmiyya) y el salafismo yihadista o combatiente (salafiyya al jihadiyya).
El punto de partida lo constituye la primera guerra del…