La región no es ni la zona tribal paquistaní ni Afganistán; podría llegar a serlo si no se resuelven los viejos problemas que enfrentan a la población con los Estados.
Puede compararse la extensión del Sahel (tres millones de kilómetros cuadrados) a la zona tribal paquistaní en la que un movimiento islamista armado (los talibanes paquistaníes) aliado a Al Qaeda pone a prueba con dureza al Estado central y a los americanos que están esforzándose por pacificar Afganistán? El “periodismo de seguridad” del entorno no duda en calificar al Sahel de “nuevo Afganistán”. La tentación de tomar este atajo es fuerte, ya que hay algunos ingredientes propios del Afpak (Afganistán-Pakistán), incluso la anomia somalí, que se pueden encontrar en la zona del Sahel. No obstante, los supuestos ingredientes “afgano-paquistaníes” no tienen nada de nuevo. Al igual que Pakistán con su “zona tribal”, los Estados de la región tienen, en diversos grados, muchas dificultades a la hora de controlar las actividades ilegales que se practican allí desde hace muchos años. Podemos citar a grandes rasgos el contrabando de todos los géneros y el tráfico de drogas y armas sobre un fondo de inestabilidad ligada a movimientos de rebelión tuareg que afecta a varios Estados, a saber: Mali, Níger y Chad.
Tenemos, por tanto, varios elementos de comparación: factores tribales o étnicos y una debilidad de los Estados, corolario de la ausencia de integración de las poblaciones afectadas, principalmente los tuaregs. Estos factores de disturbio existen desde hace al menos dos décadas y los Estados de la región, entre represión y acuerdos, se han adaptado a ellos. No tomaron un cariz “explosivo” hasta después del 11 de septiembre de 2001…