La guerra de Siria es ya, también, la guerra de Rusia. El 30 de septiembre de 2015, Moscú inició su intervención militar en el país, yendo un paso más allá de lo que había sido hasta la fecha un activo respaldo diplomático y político al régimen de Bachar el Asad. Con un despliegue inicial limitado, Rusia ha alterado la dinámica de la guerra y ha conseguido situarse en el centro de las negociaciones para su eventual resolución. Un movimiento audaz, pero plagado de riesgos –la crisis con Turquía es uno de ellos– y cuyo éxito, más allá de la narrativa triunfalista del Kremlin y el acuerdo alcanzado por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas el 18 de diciembre, resulta aún incierto.
Así, mientras que a principios de octubre Rusia anunciaba una operación que no duraría más de tres o cuatro meses, en diciembre se asumía ya que la intervención duraría “un año como mínimo”, y Moscú se ha visto obligado a duplicar el número de aviones de combate y efectivos desplegados. En su discurso oficial, Rusia insiste en que la lucha contra el terrorismo del autodenominado Estado Islámico (EI) es el motivo fundamental de su desembarco en Siria. Pero los objetivos que persigue el Kremlin son múltiples y van más allá del escenario sirio. De ahí que los debates en Europa giren en torno a las mismas cuestiones que permanecen abiertas desde la anexión de Crimea en marzo de 2014: ¿qué quiere Rusia y hasta dónde está dispuesta a llegar?
Siria en clave antiterrorista: la narrativa oficial de Rusia
El auge del EI en Siria e Irak y su potencial expansión al territorio de la Federación Rusa y Asia Central es una preocupación muy presente para el Kremlin. “Los grupos militantes [en Siria] no han aparecido de…