En diciembre fueron 5.000, luego 50.000, 120.000 y, el 4 de febrero, ya eran casi 200.000 las personas que se manifestaban en Moscú, con temperaturas de dos dígitos bajo cero. Algo está cambiando en la política rusa y el cambio tiene que ver con la extensión de una clase media que disfruta del mayor nivel de prosperidad que Rusia ha conocido en su historia. Son jóvenes y profesionales liberales de éxito, educados y familiarizados con los nuevos medios de comunicación.
La protesta comenzó tras las elecciones a la Duma, el 4 de diciembre, ante unos resultados sospechosos para los observadores internacionales y calificados de fraude por muchos rusos que salieron a las calles de Moscú y otras grandes ciudades, como San Petersburgo, Nizhni Nóvgorod, Vladivostok y Ekaterimburgo. Se han unido trabajadores de distintos sectores y opositores nacionalistas, comunistas, liberales, en un movimiento que pide transparencia en las presidenciales del 4 de marzo, y que denuncia la corrupción y, más en general, el modo disfuncional de gobernar del tándem Putin-Medvedev. La manipulación de los resultados en las elecciones a la Duma y el insólito intercambio de papeles entre el primer ministro y el presidente son un insulto a la dignidad de una nueva clase media que ha aprendido a respetarse y quiere que sus gobernantes respeten sus derechos.
Mientras algunos en Occidente analizaban el conformismo de la sociedad rusa y su aparente docilidad ante el poder, muchos dentro del país esperaban y confiaban que Medvedev no actuaría como un subordinado de Putin y que impulsaría una democratización gradual. El experto Dmitri Trenin analiza en este número de Política Exterior los factores del cambio social en Rusia y las razones que explican el resurgimiento de la política: “El actual sistema político ruso, que podría calificarse de autoritarismo con el consentimiento de los…