Rusia, autoritarismo y guerra: cinco libros para contextualizar un conflicto
Vladímir Putin ha justificado reiteradamente la invasión de Ucrania en términos históricos: desde su inexistencia como nación real al papel de los bolcheviques en su invención, pasando por los engaños occidentales tras el fin de la guerra fría. Pero la intervención militar también puede enmarcarse en el actual contexto político de auge del autoritarismo en toda Europa y en el nuevo contexto militar, con nuevas formas de hacer la guerra que operan plenamente en el ámbito económico, comercial y de sanciones.
Recuperamos cinco libros recientemente reseñados en Política Exterior que, aunque no abordan de manera directa el conflicto actual, permiten entender algo mejor esa mezcla de razonamientos históricos y contexto político y militar. Una historia cultural de Rusia, un ensayo sobre el ruido de fondo iliberal de nuestro tiempo, un grueso estudio sobre la creación del orden posterior a la caída del Muro, un tratado sobre los vínculos entre la economía global y las nuevas formas de la guerra, y una especie de enciclopedia sobre la continuidad de la Unión Soviética respecto a la Rusia zarista: cinco pistas para intentar entender el regreso de la barbarie.
¿Y si la clave fuera aún Tólstoi?
Por Marta Rebón
“La historia de Rusia ha basculado primordialmente entre opuestos: Moscú-San Petersburgo, capital-provincia, ateísmo-fervor religioso, Oriente-Occidente, razón-pasión, cosmopolitismo-nacionalismo, delator-represaliado, amnesia-memoria […]
La primera escena a la que recurre Orlando Figes inspira el título de su obra y alude a un episodio de Guerra y paz, en el que Natasha Rostova y sus dos hermanos, después de la cacería, aceptan la invitación de su tío para hacer parada en su dacha. Los siervos, al ver a la joven condesa –refinado producto de la educación europea de la capital– no salen de su asombro, como si fuera una aparición de otro mundo, hasta el punto de confundirla con una tártara por su vestimenta, su forma de montar, el puñal… Una imagen que ilustra bien la distancia que separaba esos dos mundos: el de la nobleza de San Petersburgo y el de la servidumbre de provincias. La sorpresa no es menor cuando más tarde, al son de la balalaica, Natasha baila con destreza una danza popular, aunque en verdad se supone que no debería conocerla dada su educación afrancesada, como si sus movimientos los dictara una suerte de inconsciente colectivo ruso. Mediante la elección de este momento, he aquí la tesis que se plantea: ¿Existe un vínculo, imaginado por Tolstói en el mencionado pasaje, que sustentaría la idea de un sentimiento de pertenencia compartido entre los rusos? De este punto de partida derivan las preguntas que, de una u otra forma, subyacen en los ocho capítulos de El baile de Natasha: ¿Qué significa ser ruso? ¿Cuáles son el lugar y la misión de Rusia en el mundo? O, en otras palabras, ¿la Rusia genuina se encontraba en Europa o en Asia, en San Petersburgo o en Moscú, en el imperio del zar o en la aldea enfangada donde vivía el tío de Natasha?”.
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Un molesto ruido de fondo
Por Áurea Moltó
“Algo pasa con nuestras democracias. Y son las ‘nuestras’ porque, sea lo que sea que esté pasando, no sucede en todas las democracias, sino particularmente en las democracias liberales de Europa y en Estados Unidos. Es un malestar general, un ruido de fondo, que se acompaña en algunos casos de deformaciones tangibles de componentes democráticos como el Estado de Derecho, la independencia del poder judicial, la libertad de cátedra, de expresión, junto con cortapisas a la labor de los medios de comunicación, limitaciones al activismo social y a las organizaciones de la sociedad civil, así como un parlamentarismo bloqueado o disminuido.
La democracia no es un sistema apoyado en la comodidad de los consensos, más bien favorece los disensos y su manifestación pública, pero es capaz de canalizarlos hacia algún tipo de acuerdo. De modo que el ruido de fondo sería en realidad lo natural en países democráticos. Sin embargo, año tras año, diferentes informes advierten de un deterioro gradual de las democracias y una creciente tendencia hacia el autoritarismo y la polarización política. ¿En qué momento se traspasa el umbral del descontento democráticamente aceptable y surgen liderazgos con una agenda iliberal, nacionalista y autoritaria?”.
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Funcionó la cooperación, falló la previsión
Por Ramón González Férriz
“Spohr explica con extraordinario detalle el proceso de reunificación alemana, la primera consecuencia directa de la caída del Muro de Berlín, y el inicio de la cascada de acontecimientos políticos que esta suscitó: desde el avance de la consolidación de lo que años más tarde sería la Unión Europea al renacimiento de la hostilidad británica hacia la ‘gran Alemania’, que acabaría llevando al Brexit. Aunque la mayoría de los líderes mencionados eran conservadores [Bush, Thatcher, Kohl], muchas veces sus ideas resultaron contradictorias y la toma de decisiones y el sistema de negociación fueron caóticos e improvisados. Pero Spohr pone énfasis en dos ideas que fueron trascendentales para lo que sucedería después. La primera, que los principales líderes de esta historia decidieron cooperar. Y la segunda, que todos los dirigentes occidentales dieron por sentado que la caída del comunismo implicaba inequívocamente una ratificación del sistema capitalista. Por eso quisieron facilitar ante todo que los países del Este europeo adoptaran y desarrollaran no solo un sistema político de partidos liberales, sino el libre mercado. Tan convencidos estaban de lo que Francis Fukuyama llamó ‘la universalización de la democracia liberal occidental como forma definitiva de gobierno humano’ que no deshicieron las instituciones que habían erigido en la posguerra con la mente puesta en la guerra fría. ‘La arquitectura europea posterior a la caída del Muro incorporó los atributos centrales del orden internacional liberal de posguerra’, dice Spohr. Su resolución fue de carácter ‘eminentemente conservador’: ‘los atractivos de un Viejo Continente reunificado bajo la tutela de una UE cada vez más estrecha y protegido por una OTAN reinventada eran demasiado tentadores’”.
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Las reglas de la guerra
Por Mariano Aguirre
“En las últimas tres décadas ha habido avances importantes con la introducción de normas del Derecho Internacional en mandatos de operaciones de paz, en una serie de tratados sobre cuestiones laborales y de propiedad vinculadas a la guerra (por ejemplo, prohibiendo el trabajo infantil y la apropiación de propiedad privada). También en recomendaciones de la ONU sobre cómo deben actuar las empresas multinacionales en zonas de conflicto, el establecimiento de la Corte Penal Internacional, y con el impulso de investigaciones criminales sobre compañías y personas que habrían colaborado en crímenes de guerra. Sin embargo, los Estados se han protegido contra una excesiva intervención del Derecho Internacional en sus economías de guerra y en actividades como crímenes financieros en todas sus variedades. A la vez, la liberalización y privatización de la economía global de los últimos 30 años ha contribuido, como explica Taylor, ‘a la inestabilidad y los conflictos, lo que ha permitido la expansión de la violencia globalizada, como es el caso de las actividades mercenarias en la forma de servicios corporativos militares y de seguridad’. Esto ha conducido a que no falten normas legales internacionales sobre actividades económicas relacionadas con la guerra, pero están ‘fragmentadas’ y ‘operan en un vacío legal’”.
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Consejos para vivir en la Unión Soviética
Por Ricardo Dudda
“[En la Unión Soviética] siempre hubo una constante negociación dentro del sistema sobre qué conservar del antiguo régimen y qué rechazar, cuánto abrirse al mercado y al mundo y qué nivel de dirigismo era necesario. A veces no estaba claro por qué unas cosas eran burguesas y otras no. ¿Por qué el ficus era una planta burguesa pero la palmera no? ¿Por qué un perfume zarista creado en 1913 por un diseñador francés (y supuestamente el germen de Chanel Nº5), icono del antiguo régimen, tuvo continuidad tras la Revolución? ¿Por qué los modistos del zar pasaron de vestir aristócratas a vestir diplomáticos soviéticos? ¿Y qué hacer, por ejemplo, con los balnearios de Sochi, o con el ballet o el piano? ¿Eliminarlos como lujos burgueses o adaptarlos al nuevo régimen? ¿Y con las tiendas de lujo? ¿Y la meritocracia? ¿No merece el buen trabajador soviético ganar más que los malos empleados y permitirse caprichos, como se comenzó a defender en los años de consumismo de la década de 1950? […]
A veces por necesidad y a veces por inercia, hubo más continuidades entre el régimen zarista y el nuevo régimen soviético de lo que uno podría pensar. Los grandes proyectos soviéticos de urbanización y de construcción de infraestructuras en realidad eran herencia de otros planes similares durante el zarismo. Y cabe sospechar que el uso de trabajadores forzados y semiesclavos también. Y no solo hubo continuidades con el pasado sino también sinergias sorprendentes con otros países como Estados Unidos, especialmente en los años treinta. Stalin buscaba combinar ‘el pragmatismo americano y la pasión bolchevique’. La URSS quería crear una nueva civilización de vanguardia y sin clases y su gran ejemplo de progreso y valores antiaristocráticos eran los Estados Unidos de Franklin D. Roosevelt. Sin la influencia y la ayuda de arquitectos e ingenieros estadounidenses, el estalinismo no habría sido igual”.
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