En sus relaciones con los vecinos del Sur, la Unión Europea (UE) se ha mostrado negligente, al concentrarse en los aspectos económicos en detrimento de otras cuestiones que plantean amenazas diversas y tensionan el conjunto del Mediterráneo. Su incapacidad para aplicar una política exterior coherente hacia la región, sobre todo en lo referente al Sáhara Occidental, la gobernanza y el respeto a las libertades individuales, ha contribuido a aumentar la inestabilidad en esta zona, sin rebajar el resto de las amenazas que sobre ella pesan.
Sin embargo, son numerosos los factores desestabilizadores: las tensiones militares, la amenaza terrorista, el conflicto libio, las crisis políticas, las dificultades económicas y sociales, etcétera. La combinación de todos estos factores hacen del Magreb un auténtico polvorín, cuyo potencial estallido tendría graves repercusiones para la UE. El objetivo es evitar a toda costa un conflicto armado, cuyas consecuencias serían dramáticas para unos y otros.
La escalada entre Argel y Rabat
La ruptura de las relaciones diplomáticas de Argelia con su vecino marroquí, a finales de agosto de 2021, enésimo episodio de una crisis que se prolonga desde la guerra de las Arenas de 1963, no sorprende teniendo en cuenta las tumultuosas relaciones entre ambos países.
Son numerosos los factores que han contribuido a esta escalada entre los dos países: la rivalidad por el liderazgo regional, la formación de un eje Washington- Tel Aviv-Rabat en favor del reconocimiento de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental, el caso Pegasus o el espionaje de los servicios secretos marroquíes, el cierre de fronteras, el hipotético apoyo al derecho de autodeterminación de la región de la Cabilia. Incontables razones han llevado a esta situación, rayana en la declaración de guerra.
Hay que señalar que, décadas después, ninguno de los dos países ha sido capaz de superar las viejas divisiones, ligadas a las diferencias entre sus sistemas políticos, la visceral defensa de la soberanía y las dificultades socioeconómicas estructurales. La Unión del Magreb Árabe (UMA), que en su día trajo esperanzas para el futuro de la región, parece estar en un perpetuo estado de letargo.
Las debilidades del Magreb
En efecto, en la década de los ochenta, dos factores comunes llevaron a ambos países a plantearse una alianza: por un lado, la conciencia de la crisis vinculada al endeudamiento; por otro, las dificultades económicas, que ejercieron un efecto similar en la movilización social.
El tratado de Marrakech de 1989, por el que se fundó la UMA, habría aportado a los cinco países miembros (Mauritania, Marruecos, Argelia, Libia y Túnez) el equivalente al 5% de su producto interior bruto (PIB) acumulado, según la Comisión Económica para África (CEPA).
La relación entre ambos países, tensa de por sí, ha dado un nuevo giro que deja pocas esperanzas de reactivación de la UMA. En efecto, cada país ha buscado acuerdos comerciales externos, fundamentando la cooperación en la economía, lo que constituye un error. Las relaciones económicas son la base de los intercambios entre la UE y el Magreb, que prevalecen sobre la diplomacia y otras cuestiones igualmente importantes, lo que dificulta la construcción de un espacio económico magrebí.
La ruptura, un duro golpe
Marruecos tiene todos los motivos para preocuparse por la decisión argelina, que tendrá un coste económico y, además, consecuencias en la política interior y, por tanto, sobre la ciudadanía.
A Marruecos le inquieta la decisión tomada por el presidente argelino, Abdelmayid Tebún, de no renovar el contrato de transporte gasístico a través del Gasoducto Magreb-Europa (GME), en virtud del cual Argelia suministra gas a Europa desde 1996, y que expiró el 31 de octubre. El mercado marroquí verá reducirse su consumo interno y perderá los gravámenes que, por derecho de paso, se cobran por metro cúbico de gas transportado.
En efecto, el GME desempeña un papel trascendental desde el punto de vista económico, pues antes de llegar a España –su destino final– abastece a la producción eléctrica marroquí. Según las cifras presentadas, el gas argelino permite a Marruecos producir hasta el 17 % de su electricidad para alimentar las centrales térmicas. Este país, además, se beneficia de los peajes, gracias a los cuales se embolsaría entre 50 y 200 millones de dólares anuales.
Antes de que Argelia decidiera “revisar” y, más tarde, romper relaciones diplomáticas con Marruecos, Rabat era partidario de mantener el GME. Además, esta crisis se produce en un mal momento para Marruecos, que acaba de sufrir un varapalo tras dos sentencias del Tribunal General de la UE (09/2021) que anulan sendos acuerdos comerciales sobre pesca y agricultura. El Tribunal considera dichos acuerdos inaplicables en el Sáhara Occidental, pues considera que este territorio no está bajo la soberanía de Marruecos. Se trata de un duro revés para Marruecos que, no obstante, puede aún blandir la amenaza de la migración, reduciendo los controles fronterizos y obligando a la UE a respaldar sus reivindicaciones sobre el territorio saharaui.
Hasta ahora, la UE, presionada por Francia y España, ha seguido firmando con Marruecos acuerdos comerciales que incluían aguas y tierras del Sáhara Occidental en disputa, sin que se haya reconocido, no obstante, la soberanía del reino sobre este territorio (80% del cual está bajo control marroquí). Europa se encuentra, de hecho, en la delicada tesitura de tener que elegir entre sus intereses económicos y el respeto al derecho internacional.
Repercusiones diplomáticas para Argelia
Por lo que se refiere a la no renovación del contrato del gasoducto GME, Argel tiene una alternativa para el transporte de gas hasta España, a través del gasoducto Medgaz.
Para Argelia, las hostilidades de Marruecos tendrán, ante todo, consecuencias diplomáticas. A Argel le interesa enormemente reactivar su política exterior, aletargada desde hace años, para recuperar el lugar perdido en el escenario global.
Con la decisión de no renovar el citado contrato, el presidente Tebún quiere recuperar el control, enviando un mensaje a la comunidad internacional. Esta maniobra forma parte de una estrategia para la recuperación de protagonismo argelino en el escenario internacional.
Argel intentaría así demostrar que ha recuperado el dinamismo, pese a la actual situación interna, el gradual cierre del país, la crisis sanitaria y el Hirak. El gobierno argelino necesita recuperar su legitimidad. Argelia siempre ha querido proteger su independencia. Es muy probable, por tanto, que siga su camino en solitario y continúe participando en diversas organizaciones internacionales para hacer oír su voz. Son de esperar enfrentamientos entre ambos países en el seno de la Unión Africana (UA), la Liga Árabe y Naciones Unidas, entre otras organizaciones internacionales de las que son miembros.
Consecuencias para la UE
La Unión Europea ha minusvalorado en gran medida las fricciones en el Magreb a la hora de plantear sus posturas políticas y económicas, subestimando las repercusiones directas generadas por la permanente tensión entre los protagonistas.
Esto se debe a que sus Estados miembros mantienen posiciones heterogéneas y hacen política según sus intereses particulares y su esfera de influencia. En efecto, la competencia entre los 27 Estados miembros da lugar a disparidades en las relaciones con países terceros, que dependen de la intensidad de los vínculos compartidos.
El revés infligido a la UE por la justicia europea no ha impedido al jefe de la diplomacia, Josep Borrell, recalcar la importancia de los acuerdos con Marruecos: “Se tomarán medidas para asegurar un marco jurídico que garantice la continuación y la estabilidad de las relaciones comerciales entre la Unión Europea y el Reino de Marruecos”. En resumen, se trata de no poner en peligro la estrecha relación con Marruecos. La cuestión saharaui no es el único asunto de fricción entre Argel y Rabat, pero debe ser tomada muy en serio por la UE.
En cuanto a Argelia, Borrell ha reiterado recientemente la importancia de las relaciones con el país, “un socio importante por su tamaño, su ubicación estratégica y su potencial humano, pero también por los lazos que unen a los dos socios”.
Una vez más, la UE se muestra obcecada con los acuerdos comerciales cuyo fin es facilitar la inversión y mejorar el clima empresarial. Aunque en las reuniones entre altos funcionarios europeos y argelinos se tratan temas relacionados con la gobernanza, los derechos humanos, el medio ambiente, la energía, la seguridad o la cuestión saharaui, lo cierto es que del dicho al hecho, hay un trecho.
La UE hace gala de cierta hipocresía al ejercer una política desequilibrada en la región, en función de sus intereses. La ausencia de una política exterior europea coherente refleja las disparidades en la percepción de los diversos problemas inherentes al Magreb. Se observa, en efecto, un interés voluble por parte de las autoridades europeas en relación con los distintos problemas que atraviesa la región. El Parlamento Europeo, más sensible a las cuestiones relacionadas con los derechos humanos y la democracia, cree necesario encontrar una solución al conflicto saharaui, mientras que la Comisión tiene la sartén por el mango, y se preocupa ante todo de cuidar los asuntos económicos en beneficio de la UE.
Francia, protagonista indisociable del Magreb
Por sus vínculos históricos con su zona de influencia, Francia ocupa una posición central en la UE y se muestra partidaria de intensificar la cooperación, al tiempo que se asegura de salvaguardar su posición frente a otros socios contra los que compite. Esta actitud no está exenta de sospechas por parte del resto de los Estados miembros, que temen una hegemonía que serviría principalmente a los objetivos franceses.
Marruecos es, sin duda, el socio privilegiado. Se le sigue considerando un régimen moderado, ligado a Occidente, que no amenaza en modo alguno las relaciones económicas y diplomáticas. En el análisis del papel jugado por Francia, es evidente que la cuestión saharaui ilustra este extremo: el Elíseo respalda el plan de autonomía propuesto por Marruecos y su oposición a las resoluciones de la ONU a favor del derecho de autodeterminación saharaui. Francia afirma mantener una “neutralidad” oficial, pero la realidad es que los sucesivos gobiernos franceses han apoyado mayoritariamente la política de Rabat a este respecto.
En cuanto a Argelia, teniendo en cuenta la historia colonial compartida, las relaciones con Francia pueden calificarse de complejas e inestables hasta hoy. Sin embargo, Argelia querría emanciparse totalmente de Francia y dejar atrás su condición de país útil en cuestiones sensibles para la política francesa (seguridad, islamismo, energía). A esto hay que añadir el relevante rol de la diáspora argelina, muy movilizada en el apoyo a su país de origen. En el marco de sus relaciones con Francia, Argelia sigue enfrentándose a numerosos retos tanto internos como externos, para lo cual debería construir relaciones pacíficas y trabajar por un futuro constructivo en común.
El pragmatismo político de España
España siempre ha dado prioridad al Mediterráneo en su política exterior. En el Magreb, concretamente, ejerce un pragmatismo que le permite mantener el equilibrio con sus socios sin dejar de hacer avanzar sus peones. Después de Francia, España es el segundo socio comercial de Marruecos y, pese a las tensiones que caracterizan a la relación hispano-marroquí –sobre todo en materia de inmigración, narcotráfico y terrorismo–, Madrid siempre ha priorizado una relación estrecha con Rabat.
Lo mismo ocurre con Argelia, socio regional clave en los ámbitos de la seguridad y la energía. Argelia es el principal proveedor de gas de España, a través del GME. Tras el vencimiento del contrato de este gasoducto, Argel ha garantizado a su socio europeo que seguirá suministrando gas.
Las declaraciones de José María Albares, ministro de Asuntos Exteriores, confirman la sólida relación de cooperación entre ambos países: “Argelia siempre ha sido un socio fiable y ha cumplido sus compromisos”. “España está dispuesta a seguir trabajando para profundizar en la relación entre Argelia y la UE, lo que resultaría beneficioso para todas las partes”.
Además, Madrid trabaja activamente en la identificación de sectores innovadores que permitan ampliar y profundizar la relación bilateral argelino- española, especialmente en los sectores de las energías renovables, la agricultura y la construcción naval, en apoyo de la asociación económica.
Conclusión
Ya sea desde el punto de vista político, económico, de seguridad o humano, las consecuencias de la ruptura entre Argel y Rabat pueden calificarse de preocupantes y, a largo plazo, con un alto coste para la UE. El peligro es real. En efecto, aumentan las nuevas amenazas transnacionales, principalmente en materias sensibles como el terrorismo, el fanatismo religioso, los flujos migratorios y la inseguridad de las fronteras.
Es difícil predecir el impacto que tendrá esta crisis en el futuro, pero lo cierto es que las relaciones entre los vecinos se alejan del apaciguamiento tan deseado por los socios. Es esencial, en cualquier caso, evitar un conflicto armado, cuyas consecuencias serían dramáticas para la población del Magreb. Los muchos ciudadanos que tienen vínculos con ambos países no quieren que la situación siga agravándose.
El enfrentamiento entre los dos vecinos tendrá asimismo un importante impacto en la diáspora, muy presente en Francia y España. Las perspectivas serían igualmente dramáticas para el conjunto del Mediterráneo. No faltan motivos de tensión, pero el conflicto del Sáhara Occidental sigue siendo uno de los temas más candentes del polvorín regional.
En descargo de la UE, se ha de llamar la atención sobre el hecho de que Argelia y Marruecos no han sido capaces de poner en marcha proyectos ni organizaciones conjuntas que mitiguen las fricciones existentes desde la descolonización, y que podrían haber apuntalado la construcción magrebí. El GME, que atraviesa territorio marroquí y cuyo futuro es incierto, es uno de esos proyectos.
Además, el Magreb debe resolver imperativamente los problemas estructurales inherentes a la modernización económica y social. Lo mismo ocurre con las cuestiones relativas al respeto de las libertades fundamentales, la gobernanza y la lucha contra la corrupción.
Por otro lado, existen otras alternativas de asociación al margen del acercamiento a la UE. La diversificación de socios representa una oportunidad para el Magreb, que ya pertenece a la UA, la Liga Árabe y la ONU. Con el claro declive de la influencia de Francia, otras potencias como China, Turquía, Rusia o Catar podrían convertirse en importantes aliados en la región. Marruecos diversificó muy pronto sus alianzas, optando por tender un vínculo sólido con Occidente, mientras que Argelia mantiene relaciones de cooperación muy avanzadas con China o Rusia, especialmente en el ámbito de la defensa en el caso ruso.
Para terminar, como países afroárabes temerosos de ceder al neocolonialismo, los Estados del Magreb no quieren dar demasiada prioridad a la UE, pues esta se ha mostrado ineficaz a la hora de reducir las fuertes tensiones en el Norte de África.
Queda por ver en qué marco se definiría el “estatuto avanzado” en términos políticos, sin socavar la identidad del Magreb y manteniendo la democracia como condición última, siempre y cuando esta continúe siendo un criterio importante para Bruselas.