En 70 años, la población de los países de África del Norte se ha multiplicado por 4,6, pasando entre 1950 y 2020 de 42,8 millones de habitantes a 199,7 millones de habitantes; es decir, ha experimentado un aumento del 466%. Los índices de crecimiento demográfico en 2020 indicaban que, a excepción de Egipto, todos los países del Norte de África estaban atravesando un proceso de urbanización y una transición demográfica: en 2020, el índice de crecimiento natural de la población era del 1,9% en Argelia, del 1,3% en Marruecos y del 1,1% en Túnez. Egipto, por su parte, tuvo un índice de crecimiento anual en 2023 del 1,8%.
La evolución demográfica junto con el alza del poder adquisitivo observado en los cuatro países (Argelia, Marruecos, Túnez y Egipto) han tenido consecuencias decisivas en la demanda de los productos agrícolas y alimentarios.
Déficit de las balanzas comerciales agrícolas y dependencia del cereal
En los cuatro países, la demanda de productos alimentarios y agrícolas ocupa el primer puesto en los gastos presupuestarios de los hogares, que hoy en día consagran una media de casi la mitad de sus ingresos a la alimentación en Egipto, el 30,1% en Túnez, el 37% en Marruecos y más del 40% en Argelia.
Puesto que la oferta nacional resulta insuficiente, todos los Estados han recurrido a las importaciones para cubrir las necesidades de sus poblaciones. Egipto importa una media de aproximadamente el 60% de sus productos alimentarios básicos; y en Argelia, la producción nacional solo cubre de forma muy somera las necesidades de la población —10% en el caso del trigo blando, 50% del trigo duro, la casi totalidad de los aceites y el azúcar y el 58% de la leche.
Túnez y Marruecos dependen de los mercados mundiales para los productos alimentarios más básicos, como los cereales, el azúcar o los aceites vegetales. Las exportaciones, aunque son significativas en Marruecos (7.800 millones de dólares en 2022), Egipto (8.800 millones de dólares en 2023) y Túnez (casi 700 millones de dólares), no alcanzan a cubrir las importaciones realizadas, lo cual produce un déficit en la balanza comercial agrícola de los cuatro países.
Este déficit resulta especialmente evidente en el caso de los cereales. Entre 2020 y 2023, la compra de trigo, que en Argelia oscilaba en torno a los ocho millones de toneladas de media anual, alcanzará, según las previsiones, 8,7 millones de toneladas en 2024. Marruecos, que importó casi ocho millones de toneladas de cereales en 2021-2022, en 2024 comprará más de ocho millones de toneladas. Túnez importó 3,2 millones de toneladas en 2023 y las previsiones para la campaña 2023-2024 apuntan a los 4,7 millones de toneladas. En cuanto a Egipto, primer importador mundial de cereales, las adquisiciones de trigo alcanzaron los 11 millones de toneladas en 2023 y la demanda de importación está creciendo en 2024.
Objetivos de seguridad alimentaria alcanzados pese a las dificultades
Pese a las crisis sanitarias (como el Covid-19) y geopolíticas (como la guerra de Ucrania), así como las dificultades económicas y financieras a las que se han enfrentado los cuatro países, la seguridad alimentaria siempre ha estado asegurada. Los Estados, en efecto, han abastecido los mercados domésticos de los productos alimentarios básicos de manera regular, y la prevalencia de desnutrición, de un 8%, permanece por debajo de la tasa mundial. Tal y como demuestra el informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2023 (FAO-PAM, 2023), la tasa de prevalencia de desnutrición fue de un 2,5% en Argelia, equivalente a la de los países industrializados; de un 4,2% en Marruecos, un 3% en Túnez y un 5,4% en Egipto.
El lugar de la agricultura en las diversas economías
Los cuatro países de África del Norte no tienen asegurada una transición estructural de sus economías, lo cual explica el lugar preponderante que sigue ocupando la agricultura.
El peso del PIB agrícola en las economías nacionales varía en 2022 según cada país. En Marruecos y Túnez se sitúa en el 10%, en Egipto en el 11% y en Argelia en el 14% —el PIB agrícola anual sigue dependiendo a día de hoy de las condiciones climáticas. Este porcentaje es una media de tres a ocho veces mayor en estos países que en la Unión Europea (donde la agricultura representa un 1,6% de media, y el índice más alto lo tiene Rumanía, con un 4%).
La contribución al empleo sigue siendo relativa (de más del 10% a más del 34%, según los países), y los intercambios agrícolas, sobre todo en lo que a importaciones se refiere, son significativos en la mayoría de los países. Paradójicamente, el gasto público en este ámbito es más que modesto, puesto que ninguno de los países observados destina más de un 5% en agricultura.
Las agriculturas se enfrentan a fuertes restricciones agroclimáticas
En el Norte de África existen vastos territorios agrícolas sometidos a la aridez o la semiaridez, dado que las lluvias son muy irregulares –»llueve demasiado pronto o demasiado tarde»–, con heladas primaverales y siroco en verano.
En Marruecos, los perímetros de grandes regadíos y las zonas pluviales (llanuras y colinas) con una media pluviométrica superior a 400 mm (llamadas «Bour favorable») solo representan un tercio de la SAU (Superficie Agrícola Utilizada). Las zonas menos favorables (llanuras y altiplanos agrícolas semiáridos, montañas y estepas, zonas de oasis) constituyen dos tercios de la SAU, tres cuartos de las explotaciones agrícolas o el 36% de la SAU irrigada.
En Túnez, la zona bioclimática húmeda y subhúmeda representa apenas la quinta parte del territorio. El país está dotado de un clima de predominio semiárido con una pluviometría irregular, que puede variar de los 1.500 mm del extremo norte a menos de 50 mm en el extremo sur, con posibilidad de lluvias torrenciales o largos períodos de sequía.
En Argelia y Marruecos se encuentran zonas montañosas con una agricultura específica (donde predominan los terrenos agrosilvícolas y pastorales, con una policultura extensiva asociada a la ganadería y la explotación de recursos forestales). La mayoría de las zonas húmedas son montañosas, y la mayoría de las llanuras interiores aptas para la actividad agrícola están condicionadas por la aridez o la semiaridez.
Egipto, que solo explota el 3,9% de las tierras de su territorio, se caracteriza por una aridez extrema. El clima solo es mediterráneo en la costa de Alejandría, las precipitaciones en El Cairo son muy escasas (55 mm anuales) y las zonas interiores son desérticas.
La tendencia a la aridificación de esta región se ha acentuado en las últimas décadas y limita cada vez más la agricultura de secano en los cuatro países del Norte de África. A los clásicos imprevistos climáticos (debidos a una pluviometría irregular) se añaden ahora los desajustes vinculados al cambio climático.
Los recursos naturales están amenazados por el cambio climático
El calentamiento climático en el Norte de África supera la media mundial: entre 2005 y 2020 la región experimentó un alza de las temperaturas de +1,6ºC.
El alza de las temperaturas y la reducción de las precipitaciones se pone de manifiesto en las proyecciones de numerosos estudios, entre ellos el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIEC) de 2023. Todos los modelos y escenarios climáticos trazados prevén un fuerte aumento de las olas de calor, una disminución de las precipitaciones y una coyuntura dominada por acontecimientos de extrema sequía en los cuatro países del Norte de África.
En estos países, el sector agrícola representa la mayor parte de las extracciones de agua. Una escasez constante de agua resultante del cambio climático afectará a los cultivos de regadío, con consecuencias negativas para la producción agrícola.
Egipto es uno de los países más vulnerables a los impactos y riesgos potenciales del cambio climático. Según las previsiones, las temperaturas seguirán aumentando, ampliando así la brecha entre los recursos de agua disponibles y las necesidades reales. El delta del Nilo en Egipto y su franja costera en el Mediterráneo se consideran zonas vulnerables a las modificaciones del litoral debidas a la erosión y la subida del nivel del mar.
«Las vulnerabilidades de los países del Norte de África al cambio climático son tanto mayores cuanto menor es su superficie agrícola. A lo que hay que añadir las propias de unas estructuras agrarias muy deficitarias»
Escasez de tierras agrícolas
En la región hay vastos territorios ocupados por desiertos y estepas áridas. El desierto ocupa la mayor parte de los territorios argelinos y egipcios. En Egipto, la superficie agrícola representa menos del 4% del total; en Argelia, los terrenos áridos y la estepa concentran más de 30 millones de hectáreas, cifra que desciende a los 21 millones en Marruecos y a los 4,7 millones en Túnez (World Food and Agriculture – Statistical Yearbook 2022. FAO).
Los cuatro países juntos solo disponen de 27,1 millones de hectáreas para una población total estimada en más de 207,9 millones de habitantes. Egipto es el país peor dotado de terrenos agrícolas, con un ratio de 0,036 ha/habitante. Lo mismo sucede con el número de hectáreas por trabajador agrícola (0,8 ha/ activo agrícola). Túnez es el país mejor dotado, tanto con respecto al ratio de ha/habitante (con 0,43 ha/habitante), como al número de hectáreas por trabajador (10,9 ha/activo agrícola). Los terrenos equipados para el regadío ocupan un total de casi 7,7 millones de hectáreas, esto es, un poco más del 28% del total de tierras cultivables.
No todas las tierras cultivables están cultivadas, puesto que el barbecho ocupa una parte nada desdeñosa. El sistema cereales-barbecho representa un 75% de la superficie total de las tierras cultivables en Argelia y Marruecos. En Túnez, un sistema extensivo representado por la arboricultura (olivicultura, fenicultura) avanza cada año, y en 2020 ocupaba un 52% de la superficie cultivada. A estas dificultades agroclimáticas se añaden las propias de unas estructuras agrarias muy deficitarias.
Estructuras agrarias caracterizadas por la fragmentación y el dualismo
En los cuatro países, el examen del estado de las estructuras revela un proceso de concentración de los activos territoriales que coexiste con una parcelación o fragmentación de las explotaciones.
En Túnez, según el último estudio sobre estructuras (2004-2005), más de la mitad (54%) de las explotaciones disponen de menos de cinco hectáreas y suponen el 11% de las superficies agrícolas. Las explotaciones cuya superficie supera las 50 hectáreas solo representan el 3% del total y acaparan el 34% de las superficies agrícolas.
En Argelia, según el último censo general de la agricultura de 2001, existen 1.023.799 explotaciones privadas constituidas por explotaciones agrícolas privadas y colectivas. Más del 70% tienen una superficie de menos de 10 hectáreas y ocupan más del 25% de la SAU. La media de la superficie por explotación se acerca más a las 8,5 hectáreas, un descenso que se ha acentuado en los últimos años a causa de una serie de reformas territoriales en los terrenos públicos.
En Marruecos existen varios regímenes jurídicos de tenencia de la tierra. El derecho musulmán, con sus normas sobre la transmisión de la propiedad y la herencia, rige la propiedad melk (individual) y habous (de fundaciones religiosas públicas y privadas). El derecho consuetudinario rige las tierras colectivas, con una cogobernanza dirigida por el Ministerio del Interior y las instituciones comunitarias. El derecho positivo se aplica a las tierras que se hallan bajo jurisdicción del dominio público o privado del Estado. El censo de 1996 revela la existencia de 1,5 millones de explotaciones cuyo tamaño medio es de 5,8 ha. Los agricultores sin tierra y los pequeños agricultores (con terrenos inferiores a tres hectáreas) representaban más de la mitad de las explotaciones (54%) y detentaban el 12% de la SAU y el 18% de la superficie irrigada. En el extremo opuesto de esta pequeña agricultura tenemos un «sector moderno» constituido por 150.000 explotaciones que concentran el 22% de la SAU y el 30% de la SAU irrigada. Este sector está bien equipado e integrado en el mercado, además de cumplir los requisitos para recibir créditos bancarios y subvenciones públicas.
En Egipto, según el último censo agrícola (2009-2010), hay 4,4 millones de explotaciones agrícolas y la superficie cultivada es de casi cuatro millones de hectáreas –el tamaño medio de la explotación es de 0,92 hectáreas. De las tierras antiguas, más del 80% de explotaciones tienen menos de una hectárea. De las tierras nuevas, menos del 1% de las explotaciones de más de 42 hectáreas concentran más del 34% de las tierras y a la inversa, el 34% de explotaciones de menos de una hectárea explotan el 5,79% de las tierras.
Cabe señalar que, hoy en día, actores ajenos al sector agrícola se disputan con los agricultores y los ganaderos el acceso a la tierra o al agua de uso agrícola. Si bien estas intervenciones públicas, autorizadas por las políticas agrarias y las grandes inversiones, han permitido superar el déficit hídrico y lograr avances reales en la producción, no han podido frenar un proceso de degradación de los recursos naturales.
La degradación de los recursos naturales
El diagnóstico del estado de los recursos naturales es grave: son escasos y están en vías de agotamiento, bajo el efecto de múltiples formas de erosión de la tierra y/o sobreexplotación de los recursos hídricos que amenazan el equilibrio ecológico de las diversas regiones naturales. Hay consenso sobre la tendencia a la degradación del suelo y el agua : numerosos estudios e informes apuntan cuáles son los signos de esta degradación de los patrimonios naturales (salinización de los suelos, descenso de las capas de agua, incendios forestales, pérdida de biodiversidad). La degradación de los suelos estaría alcanzando el límite de la reversibilidad y la capacidad de resiliencia de ciertos agrosistemas (montaña, estepa u oasis). Después de las sequías registradas en los últimos cinco años, los recursos de agua escasean, lo cual hace cada vez más frágil la seguridad hídrica de estos países.
Argelia y Túnez, seguidos de Marruecos estos últimos años, sobreexplotan sus recursos hídricos renovables y disponibles, y según sus niveles de estrés hídrico, estarían entre los países caracterizados por graves penurias de agua. Egipto, que dispone de 59.700 millones de m3 de recursos hídricos renovables cada año, solo aprovecha 574 m3 de agua por año y habitante, cifra que lo sitúa en el umbral de la penuria de agua absoluta.
Políticas públicas medioambientales desplegadas
Han surgido varios frentes pioneros que contribuyen a trazar un nuevo mapa de las cuencas de producción inspirado en el ritmo de construcción de presas, represas y explotación de aguas subterráneas en el Norte o en el Sur.
En paralelo, se han puesto en marcha estrategias medioambientales a fin de confrontar la degradación de los recursos naturales. Todos los Estados de la región se han adherido a las grandes convenciones internacionales (Convención-marco de Naciones Unidas sobre el cambio climático, la biodiversidad), han ratificado el Acuerdo de París sobre el clima, han promulgado leyes sobre el agua, los bosques, la montaña o la biodiversidad y se han provisto de planes y estrategias nacionales, agencias, observatorios o instituciones ministeriales específicamente dedicados al desarrollo agrícola y rural sostenible. Numerosos proyectos medioambientales en marcha actualmente se benefician del apoyo técnico y financiero de la cooperación internacional (PNUD, UE, BAD, FFEM / AFD…).
Los Estados se han esforzado en formular políticas agrícolas destinadas a alcanzar el objetivo estratégico de la seguridad alimentaria, a la vez que incluyen en sus agendas políticas proyectos para frenar los procesos de degradación de sus recursos naturales.
Políticas agrícolas que neutralizan las políticas medioambientales
La dimensión medioambiental manifiesta en estos países se ve complicada por las políticas públicas orientadas a una intensificación del uso de los recursos naturales.
Las decisiones fundamentales adoptadas en los cuatro países hacen hincapié en la reactivación de inversiones privadas y públicas y en el desarrollo de alianzas estratégicas con el sector privado nacional o internacional (partenariado público-privado). Defendiendo la intensificación del uso de los recursos naturales y el aumento del uso de insumos químicos y equipos agrícolas, las opciones elegidas confían el futuro del sector agrícola a explotaciones privadas con «gran capacidad de gestión» y virtual poder exportador.
Así, podemos deducir que las políticas públicas agrícolas puestas en marcha hoy en día en los cuatro países no calibran la medida exacta ni de la escasez y/o fragilidad de los factores naturales disponibles en cada uno de ellos, por una parte, ni de los procesos de degradación de sus recursos naturales, hoy en día agravados por el cambio climático, por otra.
Conclusión
La apuesta de las políticas públicas en el Norte de África por un modelo de explotación intensivo de los recursos naturales avanza en contra de todos los principios de sostenibilidad medioambiental.
El efecto boomerang asociado a la degradación de los recursos naturales y aumentado por las intervenciones públicas nos recuerda que los efectos externos del crecimiento de la producción agrícola a toda costa pueden tener graves consecuencias y ser indefendibles a largo plazo. Si estos déficit institucionales, de recursos financieros o de gestión corriente de los recursos naturales se plantean de forma cotidiana, podremos cuestionarnos legítimamente sobre los fundamentos de un crecimiento agrícola que da prioridad al aumento de la producción agrícola a cualquier precio, con el objetivo de asegurar el imperativo de la seguridad alimentaria.
Los choques económicos, geopolíticos y climáticos exigen definir las vías y los medios aptos para asegurar la sostenibilidad de los sistemas agrícolas y alimentarios de África del Norte; en otras palabras, apelan a una revisión de los paradigmas del desarrollo agrícola adoptados hasta ahora para poder encarar los retos del futuro.