En los últimos tiempos, una sombría nube ha ocupado un amplio espacio mediático a la hora de valorar la respuesta de la comunidad internacional a la crisis del clima. Reflejando las numerosas contradicciones, inconsistencias y retrasos en dicha respuesta, se la ha calificado de ser poco más que “bla, bla, bla”. Palabrería vacía, sin contenido sustantivo. Si ese desesperanzador diagnóstico es aceptado acríticamente, existe el riesgo de que amplios segmentos de la sociedad, en especial los jóvenes, se instalen en la desmotivación y el nihilismo al percibir que sus demandas climáticas caen en saco roto, ignoradas por intereses espurios.
Sin embargo, ese diagnóstico es erróneo. Llevar 30 años en esta conversación no me otorga autoridad a la hora de sostener esta afirmación; me aporta, eso sí, algo de experiencia y una cierta perspectiva. Por ello, hoy toca nadar contra esa corriente desmotivadora y recordar a Galileo Galilei afirmando que, sin embargo, se mueve (eppur si muove). El proceso de París está funcionando. Veámoslo paso a paso.
Grandes emisores
La ciencia del clima alerta desde hace más de 50 años sobre el efecto desestabilizador en la química de la atmósfera de las emisiones de gases de efecto invernadero. Los avisos y las alertas han sido constantes en especial desde 1990, fecha del primer informe de síntesis del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, en inglés). La desatención que el asunto recibió durante demasiado tiempo en la mayoría de las principales capitales, ha hecho que el margen de maniobra disponible en la actualidad para reconducir la crisis del clima sea considerablemente menor que si se hubiese reaccionado de forma responsable ante los primeros mensajes del IPCC.
Las emisiones de los 30 años transcurridos entre 1990 y 2019 representan aproximadamente el 40% de las emisiones totales…