POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 22

Reflexiones sobre un golpe de Estado frustrado

Michel Tatu
 | 

Para los liberales soviéticos, y para todos los que anhelaban la destrucción del sistema comunista en la Unión Soviética, el golpe de Estado de los días 18 a 21 de agosto en Moscú fue una especie de sorpresa divina. En tres días, este golpe y su fracaso hicieron salir a la perestroika de la fase de “estancamiento” en la que se había atascado desde hacía aproximadamente dos años, y llevaron a Gorbachov a emprender el camino de las reformas radicales. En resumen, hicieron posible aquella necesaria revolución que los países de Europa central y del Este habían llevado a cabo en unas semanas en 1989, pero que parecía no salir adelante en Moscú, debido a las resistencias del Partido-Estado.

Pero precisamente, este resultado es tan milagroso que hay que preguntarse cómo ha sido posible. ¿Por qué los autores del golpe de Estado, que no eran ningunos novatos, se lanzaron a semejante aventura sin preparación aparente? ¿Por qué cometieron tantos errores? ¿Por qué el presidente del KGB, Kriouchov, al que se atribuye en gran medida el éxito del golpe de Estado militar de 1981 en Polonia, lo ha hecho tan mal esta vez, hasta el punto de suscitar los comentarios sarcásticos de su entonces camarada, el general Jaruzelski? Es necesario, por tanto, examinar más a fondo las razones –que en la actualidad conocemos mejor– de este fracaso.

En primer lugar, hay que constatar que estas razones son precisamente las mismas que llevaban a la mayoría de los observadores, soviéticos y extranjeros, a considerar como poco probable la hipótesis de un golpe de Estado (véase nuestro anterior artículo en el número 19 de 1991).

La primera es de orden estratégico y, en cierta medida, es aplicable a cualquier otra tentativa que pudieran querer emprender en el futuro los partidarios del antiguo régimen…

PARA LEER EL ARTÍCULO COMPLETO