Un sentimiento anti-islam se ha colado en los discursos públicos y mediáticos. Pero el temor al islam no es una ‘enfermedad incurable’, inherente al subconsciente colectivo europeo.
Una creciente islamofobia, acompañada a menudo de “arabofobia”, se extiende actualmente por el espacio europeo. No es una “realidad social total”, pero está lo bastante extendida como para preocupar. Yo, que vivo en Europa desde hace 50 años, he podido observar su progresión. Hasta la desaparición de la Unión Soviética, era silenciosa y discreta. Es verdad que la crisis del petróleo de 1973 suscitó algunas reacciones “anti-árabes”, pero la fetua iraní contra Salman Rushdie y los “casos del velo” en Francia, en la década de los ochenta, despertaron los demonios de la islamofobia, aunque se limitaba sobre todo a los círculos periodísticos y literarios. El final de la guerra fría y la desaparición del enemigo soviético hicieron resurgir al islam, que desde entonces se ha convertido arbitrariamente en una entidad compacta, como una “nueva amenaza”. Samuel Huntington, discípulo de Bernard Lewis, considera que es incluso un “enemigo de sustitución” en su famosa teoría del choque de civilizaciones.
Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, los que se perpetraron en España (2004) y Gran Bretaña (2005), el caso de las “caricaturas danesas” (2005) y, más recientemente, los atentados mortales en París y Bruselas (2015 y 2016) y los flujos de refugiados, el miedo al islam y a los musulmanes se ha extendido y se ha transformado en hostilidad, aversión y odio.
En general, tenemos tendencia a relacionar esta estigmatización con la aparición de la extrema derecha y de los movimientos populistas en Francia, en Alemania y en la mayoría de los Estados de la Unión Europea. Pero eso es olvidar que la islamofobia se ha ido introduciendo subrepticiamente en la retórica…