La capacidad de movilizar a las masas, en especial a las más humildes, para afrontar las encrucijadas de su historia ha constituido una de las bazas de la República Islámica. Pero este apoyo va menguando a medida que el sistema islámico se muestra incapaz de garantizarles a sus fieles un futuro más prometedor.
La estructura política iraní se encuentra dividida entre lo republicano y lo islámico y esta contradicción se ha hizo más evidente con la retirada de Washington del acuerdo nuclear en mayo de 2018. Las consecuencias del restablecimiento de las sanciones han sido catastróficas para la frágil economía iraní, maltratada durante décadas por la mala gestión interna. Las discordias entre el gobierno y los sectores ultraconservadores entorpecen la capacidad de maniobra del régimen islámico y cuestionan su viabilidad ante la opinión pública. La brecha entre las dos caras de la moneda del sistema político ha ido ensanchándose en las cuatro décadas desde su fundación. Esta discrepancia es el fruto del choque de intereses entre la presidencia como la máxima autoridad electa y las organizaciones controladas por el poder religioso y a su cabeza el Líder Supremo. Aunque el régimen islámico se ha empeñado siempre en mostrarse unánime, el destino infortunado de todos sus jefes de Estado pone de relieve la incapacidad de este complejo sistema político de encajar la ley islámica en el marco de una república democrática que satisfaga las reivindicaciones de todos los sectores sociales. El malestar público por los problemas económicos y los innumerables casos de corrupción, junto con la falta de determinación para castigar a los responsables, se han sumado a la inmovilidad de la estructura política ante las exigencias ciudadanas que abogan por una mayor apertura sociopolítica. Ante esta escena interna, los críticos con la implicación del país en las guerras regionales han…