Mientras que el islam como tradición religiosa se acomoda dentro de los marcos legales, los musulmanes como colectivo social despiertan recelos por sus comportamientos.
En Europa nos preocupa saber cuántas veces van semanalmente a la mezquita los musulmanes. O el porcentaje de aquellos que observan el ayuno durante el mes de ramadán. De esta manera podemos extraer nuestras propias conclusiones respecto a su religiosidad y, de paso, suponer cómo elaboran sus identidades colectivas. Damos por sentado, más allá de lo común, que los musulmanes constituyen una comunidad compacta de practicantes, que en todo momento dirimen el sentido de sus modales sociales de acuerdo a un eje que media entre lo permitido y lo prohibido. En nuestros imaginarios pseudo-laicos, el musulmán representa por excelencia el paradigma del hombre y de la mujer religiosos, nublados por su temor a Dios, permanentemente desencajados en la esfera pública europea. Si las sociedades receptoras de mano de obra inmigrante no entienden que ésta pueda quedarse en paro, mucho menos se acepta la idea de que existan musulmanes laicos.
Valgan estas afirmaciones para iniciar una reflexión sobre el encaje de las prácticas religiosas entre los musulmanes europeos, en un momento en el que se establece una paradoja estructural de primer orden: mientras que en el conjunto de los diferentes ordenamientos legales europeos se muestra un creciente reconocimiento de aquellas especificidades del culto que son propias de la doctrina islámica, por otro lado se genera una mirada sospechosa ante la expresión pública de estas observancias y religiosidades. Dicho de otra manera: mientras que el islam como tradición religiosa va acomodándose dentro de los marcos legales, los musulmanes como colectivo social siguen despertando recelos en virtud de sus comportamientos sociales. Es evidente que ambos elementos están estrechamente relacionados y que el islam no se entiende sin los musulmanes,…