Los jóvenes árabes se desinteresan por la política convencional y construyen nuevas formas de participación individuales y colectivas cívicas.
En 2011, a raíz de las revueltas que se produjeron en muchos países del norte de África y de Oriente Medio (MENA), la revista estadounidense Time eligió al manifestante (The Protester) “Persona del Año 2011”. Estaba representado por el rostro de un joven que, tras la muerte de Mohamed Buazizi, se manifestaba en las calles, desde Túnez hasta México, pasando por Moscú, para reclamar la instauración de un nuevo contrato social. Si bien es cierto que estos movimientos, así como las demandas que exponían, no eran exclusivos de los jóvenes, también es verdad que éstos, que representan más de dos tercios de la población de la región MENA, destacaron por su visibilidad y por las numerosas acciones que llevaron a cabo durante ese año y los siguientes.
A pesar de que el carácter científico del concepto de “juventud” es variable, e incluso discutible, y pese a su esencia uniformadora, es evidente que las primaveras árabes han hecho que el problema de la participación política de los jóvenes se haya incluido progresivamente en los programas políticos y académicos. Desde entonces, este tema tan sensible se ha tenido en cuenta, al menos en los discursos, en numerosos Estados de la región, pero también en el plano mundial.
La creación del cargo de Enviado del Secretario General para la Juventud (ONU), la elaboración de una “Estrategia de respuesta a la transformación iniciada por la juventud en la región árabe” por parte del PNUD, la creación de “Estrategias Nacionales Integradas para la Juventud” en numerosos países de la región MENA, el diseño de estrategias de cooperación a escala europea (programas SPRING) y también la multiplicación exponencial de proyectos de investigación e iniciativas prácticas con el…