Rebeldes primitivos
En 1968, se publicó la primera edición en castellano de Rebeldes primitivos, firmada por Eric J. Hobsbawm en 1959. Esta obra de Hobsbawm ha sido reeditada dos años después de su muerte, recuperando su análisis de las formas de agitación social primitivas. Rebeldes primitivos es uno de los títulos menos conocidos del historiador británico que, por su arrojo y originalidad, no debería caer en el olvido.
Hobsbawm no se asusta al enfrentarse a una temática “marginal” como es el de los movimientos sociales de protesta primitivos, abandonada por los historiadores, “reducida a meras notas al pie en libros de historia y a anécdotas de poca relevancia”, según afirma. Y apuesta por la humildad, decidiendo limitar su objeto de estudio geográfica y temporalmente. Trata en exclusiva aquellos movimientos sociales arcaicos o primitivos -como los denomina el autor- que se desarrollaron en la Europa occidental y mediterránea desde el fin de la Revolución Francesa hasta alcanzar el siglo XX, y que acaban conduciendo al autor a lugares como Colombia o Perú.
Sin pretensiones, Hobsbawm nos desvela su verdad desde el principio del libro, pues su intención es aportar un análisis distinto de estos fenómenos sociales, alimentar el debate y la crítica, así que mejor no esperar exclusivas históricas. Es más, los vacíos de conocimiento que existen en este campo son preocupantes, aunque también entendibles si somos capaces de ver el desprecio que la historia, como disciplina, les ha otorgado para centrarse de forma masiva en los movimientos obreros y socialistas.
Una vez más, Hobsbawm rompe los esquemas impuestos. La historia divide los movimientos sociales en dos bloques, los pertenecientes a la Antigüedad y Edad Media, y los movimientos “modernos” que datan de finales del siglo XVIII: el estudio de los movimientos obreros, comunistas y socialistas. Rebeldes primitivos habla de cinco clases de movimientos sociales arcaicos que no encajan en ninguna de esas categorías: el bandolerismo social; los movimientos milenarios; las turbas urbanas y pre-industriales; las sectas obreras británicas; y el ritual característico de asociaciones de obreros y trabajadores.
El corazón de estos movimientos se compone de “gentes prepolíticas”. Personas sin educación, sin nombre, incapaces de expresar sus aspiraciones con palabras, que deciden levantarse en contra de la injusticia social y la opresión de las que son víctimas: gente que adquieren conciencia política de primera mano. Estas gentes, según Hobsbawm, no han desaparecido, son una gran masa dentro de algunos Estados-nación. Siguen existiendo sociedades unidas por vínculos de solidaridad que responden a la pertenencia familiar o tribal, además de territorial.
Los individuos que analiza la obra no nacieron en el mundo capitalista, y en ocasiones, tampoco lo eligieron, sino que tuvieron que adaptarse a marchas forzadas al mundo moderno. Y esa difícil adaptación es la que queda plasmada en los movimientos sociales que ellos protagonizaron, haciendo del siglo XX el más revolucionario de la historia de la humanidad.
Bandolerismo, milenarismo, turbas y sectas
El libro se divide en dos partes, separando los mundos agrario y urbano. La primera y más extensa está dedicada al bandolerismo social y a los movimientos milenarios, con orígenes en el mundo rural.
El bandolerismo social supone la revuelta campesina contra la pobreza y la injusticia. Sin organización, sin ideología y de carácter reformista, viene encarnado por la figura de Robin Hood, archiconocido por robar a los ricos para dárselo a los pobres. Por supuesto, no todo el bandolerismo social seguía esta dinámica solidaria. El bandolerismo social habría evolucionado a formas algo más complejas como la mafia italiana, degenerando de forma habitual en movimientos controlados por clases que pierden cualquier cariz de protesta social. Es fundamental para Hobsbawm el hecho de que estos movimientos son incapaces de adaptarse a las condiciones modernas.
Los movimientos milenarios, por su parte, tienen un carácter revolucionario, como el de los lanzaretistas toscanos o los anarquistas andaluces, y es crucial observar cómo su modernización es lenta e incompleta a menos que se integren en organizaciones con una ideología que llegue a sus miembros desde el exterior.
Son los movimientos urbanos e industriales los que encabezan la segunda parte. Comenzando con las turbas, una dinámica parecida al bandolerismo social en la que, de nuevo, no existe la ideología o la filiación política, aunque cabe la posibilidad de que la turba se movilice tras grandes líderes revolucionarios.
A continuación Hobsbawm pasa a analizar las sectas obreras, organizaciones reformistas y proletarias con la particularidad de confinarse en Gran Bretaña y seguir una ideología religiosa tradicional. Llegamos de este modo a finales del siglo XIX y primera mitad del siglo XX para abordar el ritual en los movimientos sociales, iniciados por personas de clase media y alta para luego pasar a los trabajadores, y que va del jacobinismo al comunismo y el sindicalismo, perdiendo la ritualización según se modernizaban.
Las fuentes de Hobsbawm para escribir Rebeldes primitivos han quedado algo desfasadas, pues la obra cumple 55 años. Pero el historiador sigue vivo entre nosotros, ya que no pierden vigor su argumentación sobre el rudo impacto del capitalismo y la modernización en estas sociedades, o la importancia histórica y social de la cristalización de la conciencia política en personas iletradas.
Hobsbawm invita en Rebeldes primitivos a una reflexión sobre lo que se decide olvidar, a reinventar la protesta social. Y es que el mismo Hobsbawm quería que este mundo de ideas del pasado pudiera ser nuestra herramienta para improvisar movimientos sociales de futuro.