En un mundo multipolar con potencias emergentes y otras, los reproches desde América Latina y Caribe a la Unión Europea por un trato muy por debajo de su peso económico y político pertenecen al pasado. La UE ya no es un socio exclusivo, sino uno entre muchos y la pregunta que debemos hacernos es ¿qué puede aportar la UE a América Latina? A pesar del lema “Modelar nuestro futuro común”, la II Cumbre entre la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) y la UE (Bruselas, 10-11 de junio de 2015) no ofreció nuevas visiones. Aunque las relaciones probablemente nunca hayan sido tan densas como en la actualidad, se está desdibujando la “marca europea” en una región que siempre ha sido percibida cercana.
Tradicionalmente, la UE apostó por dos grandes líneas de cooperación con Latinoamérica: la integración regional y la cohesión social. Pero el puzle del regionalismo latinoamericano refleja la imposibilidad de exportar el modelo europeo de integración supranacional, y pese a los progresos sociales en muchos países latinoamericanos, en ninguno se ha instaurado una democracia con bienestar a la europea. La marca Europa compite con alternativas que vienen del Este y el Oeste que ofrecen algunos resultados atractivos en términos de crecimiento, balanza comercial y modelo de Estado. El poder blando y el poder duro de potencias tradicionales como Estados Unidos y la UE se miden con actores emergentes y con ello retan su influencia en la región.
Más allá de la retórica habitual de valores compartidos, los protagonistas de la cumbre de Bruselas insistieron en la necesidad de renovar la cooperación, adaptándola a los retos globales y buscar resultados prácticos. Sin embargo, el plan de acción aprobado en Bruselas es más continuista que innovador: a los ocho puntos de la Agenda de Santiago, acordados en la cumbre…