«Qué puedo hacer por aquellos que no sobrevivieron»
Eso es lo que se preguntaba cada día Simon Wiesenthal, uno de los «cazadores de nazis» a los que Andrew Nagorski da voz en su obra. «Sobrevivir es un privilegio que implica ciertas obligaciones», explicaba el otrora prisionero del campo de concentración de Mauthausen, liberado por tropas estadounidenses. La repuesta se presentó de forma natural para él, como para otros muchos hombres y mujeres: hacer justicia.
Los esfuerzos consecuentes para lograrla, individuales y colectivos, de los supervivientes judíos (y algunos no judíos) del Holocausto y las invasiones alemanas son el hilo conductor de este gran relato polifacético. Nagorski, periodista y escritor nacido en Edimburgo (Escocia), de padres polacos y emigrante en Estados Unidos desde muy temprana edad, introduce al lector sin muchos miramientos directamente en los famosos juicios de Núremberg, para proceder más adelante al menos sonado proceso de Dachau.
A lo largo de los primeros capítulos, con gran maestría, el autor fusiona el recorrido histórico de los juicios, con los detalles sobre las personalidades y bagajes de los individuos implicados directa o indirectamente –desde los líderes nazis condenados, a los supervivientes, pasando por el propio verdugo– y el contexto socio-cultural que se vivía en la Europa de posguerra. Porque de nada serviría hacer un recuento de los esfuerzos que se han llevado a cabo desde entonces para encontrar a los nazis fugitivos y llevarlos hasta la justicia, sin detenerse a contemplar las raíces del odio que impregnó los corazones de tantas personas.
Gracias a la profunda investigación que nutre el libro, el lector puede revivir y estudiar la condena que la Alemania nazi impartió a la población judía (y gitana, y otras «razas inferiores» que fueron también castigadas por el hecho de existir) desde miradas muy distintas: la de los familiares de las víctimas, que a su vez sobrevivieron a sus propias torturas, la de aquellos que decidieron tomar la justicia por su mano, la de aquellos que se conformaban con ver a los culpables delante de un tribunal, la de los propios culpables a través de sus declaraciones, la de los soldados americanos que se encontraron de bruces con la muerte en los campos de concentración, o la de los alemanes que odiaban a los nazis y deseaban su condena tanto como los judíos. Y con todos esos ángulos, intentar comprender las distintas experiencias vitales que vertebraron una nueva mentalidad internacional.
Como muestra de rigor histórico, y saltando de realidades individuales a colectivas, la violencia ejercida hacia los alemanes tras el fin de la contienda no queda ignorada tampoco. Los casos de violaciones en masa sobre comunidades enteras de mujeres alemanas (se calcula que 1,9 millones de mujeres fueron -mínimo una vez- violadas por los soldados del Ejército Rojo, de las tropas francesas y, en menor medida, de las norteamericanas), los desplazamientos forzados de alemanes expulsados de Europa central y oriental (12 millones según estimaciones) y de alemanes civiles muertos como represalia por las acciones del Tercer Reich (entre 500.000 y un millón de personas), se unen como pinceladas de caos y sufrimiento al cuadro más extenso que fue Europa entre 1945 y la Guerra Fría.
En resumen, Cazadores de nazis constituye un ejercicio a la vez de empatía y de análisis desde una posición sanada por el tiempo y la distancia. Por momentos, centrado en las cifras, leyes e informes que han permitido grabar en la historia los horribles hechos cometidos por la Alemania nazi (y de las personas que lo han hecho posible). Por otros, sumergido en los dolorosos recuerdos que explican (ni justifican ni entienden, explican) las respuestas inminentes y la persecución incansable de aquellos que vivieron para ver el final.