De nuevo, ahí está el debate entre libertad de expresión y respeto a la religión. Un nuevo rebrote de este conflicto que logra resucitar un casi difunto «choque de civilizaciones». Sin embargo, en esta ocasión no solo resucita los viejos fantasmas sino que alimenta los peores presagios de quienes vaticinaban los peores males a la Primavera Árabe.
La libertad de expresión es un derecho irrenunciable, el respeto al prójimo y a sus creencias, una responsabilidad de todos; pero de nada servirá perdernos en trazar límites si con ello olvidamos la realidad de este nuevo capítulo de «caricaturas», continuación nefasta de lo sucedido en 2006. Esta vez, la provocación procede de un vídeo que no es más que un necio instrumento para provocar el efecto que, de hecho, logró: encender los ánimos con una ofensa a lo más sagrado. Esta provocación es una burda manipulación que ha resultado muy conveniente a determinados sectores de las sociedades musulmanas que logran así alentar una violencia execrable.
En Bengasi, las manifestaciones en contra de la ofensa al profeta del islam fueron utilizadas presuntamente de forma deliberada para llevar a cabo un ataque orquestado contra el consulado de Estados Unidos, con el ya conocido terrible desenlace. Coinciden dos hechos que conmocionan a la comunidad internacional y al pueblo libio. Las visiones más rigoristas del islam, en una sociedad muy conservadora, no habían logrado representación ninguna en la vida política del país. De este modo, intentan forzar que se oiga su voz, aunque sea mediante la violencia. Las milicias son un lastre para el proceso político que vive el país. Finalmente el proceso de desarme se ha iniciado tras este episodio, aunque pueda encontrar fuertes resistencias de algunas milicias muy arraigadas a determinados líderes tribales.
En Egipto, el guante lanzado por la provocación es recogido por…