¿Qué le ha hecho la pandemia al neoliberalismo?
Cuando, el 20 de enero de 2020, Xi Jinping manifestó públicamente la preocupación de su gobierno por el estallido de un nuevo coronavirus, buena parte de Occidente pensó que aquello era el equivalente chino a Chernóbil: los políticos locales habían intentado ocultar la gravedad del problema, la rigidez y la opacidad del Partido Comunista acabarían demostrando su ineficacia y, con suerte, eso contribuiría a desestabilizar y hasta acabar con el régimen. Además, con toda probabilidad, el problema quedaría contenido en China y apenas tendría efecto fuera de la región.
Fue un error de cálculo colosal. “La crisis del coronavirus de 2020 podría haberse convertido en un enorme problema para el régimen de Xi”, escribe el economista Adam Tooze en El apagón. Cómo el coronavirus sacudió la economía mundial. Pero el dirigente chino consiguió transformarlo en “una oportunidad para demostrar la resiliencia colectiva bajo el liderazgo del Partido”. El convencimiento en Washington, Berlín, París o Londres de que aquello no “tenía relevancia inmediata para ellos”, no solo “era una clara señal de que se estaba subestimando la gravedad del virus” sino de “la incapacidad de la élite mundial para comprender lo que significa gobernar ese mundo tan globalizado e interconectado que hemos creado”. Y eso era, si cabe, más grave aún.
Este es el argumento principal de Tooze: que durante décadas, los países ricos de Occidente habían incurrido en una “irresponsabilidad organizada”. Durante ese tiempo, dice, “habíamos caminado en línea recta hacia un futuro cada vez más arriesgado, generando amenazas y aumentando el estrés biológico sin una financiación adecuada de las instituciones globales de salud pública para hacer frente al previsible retroceso […]. Todos estábamos convencidos de que debíamos prepararnos, pero casi ninguno de nosotros lo estábamos en realidad cuando llegó el momento”. Esa imprevisión generó un shock político y económico, pero también intelectual. “El año 2020 puso claramente de manifiesto hasta qué punto la actividad económica dependía de la estabilidad del entorno natural. Una pequeña mutación del virus en un microbio podía amenazar la economía de todo el mundo”, afirma. Pero más allá de eso, el virus expuso otra debilidad, la de las creencias políticas y económicas previas. Resultaba que, en contra de lo que habíamos interiorizado, “en una situación extrema, todo el sistema monetario y financiero podía dirigirse a apoyar los mercados y los medios de vida”. Percatarnos de la precariedad de nuestro sistema y de la posibilidad de hacer políticas fiscales y monetarias osadas derribó “barreras que eran fundamentales para la economía política del último medio siglo, líneas que separaban la economía de la naturaleza [y] la economía de la política”. El ascenso de China, sumado a esas dos otras constataciones, acabó de “diluir los supuestos básicos de la era del neoliberalismo”.
Tooze es conocido, aparte de por su asombrosa erudición sobre casi cualquier tema de actualidad, que exhibe en artículos, podcasts y newsletters, por sus sólidas críticas a ese neoliberalismo. Las expuso de manera detallada en Crash. Cómo una década de crisis financieras ha cambiado el mundo y vuelve hacerlo en este libro. Este es, en parte, una crónica de la pandemia que abarca desde el anuncio de Xi Jinping a la toma de posesión de Joe Biden en enero de 2021, y por la premura con que ha sido escrita tiene al mismo tiempo la virtud de recopilar lo que más o menos recordamos y el defecto de limitarse, en muchos casos, a enunciar lo obvio. Por eso, más que un libro de Historia como tal, se trata de una magnífica fuente para los libros que se escribirán en el futuro sobre nuestro tiempo. Su valor reside, como sucede con todo lo que escribe Tooze, en su inmensa capacidad para vincular hechos dispares e interpretarlos de manera profunda y muchas veces original.
Tooze afirma que su intención no era establecer si 2020 fue el último año del neoliberalismo, pero apunta algunas claves. Si el neoliberalismo, dice, se basaba en “la despolitización de las cuestiones distributivas”, la pandemia obligó a tomar decisiones eminentemente políticas relacionadas con la asignación de recursos y la redistribución. De repente, los políticos no podían dejar en manos del mercado y los juzgados la resolución de un gran problema, que es, añade, lo que tienden a hacer en el sistema neoliberal. Había que tomar decisiones. Y las tomaron, de una manera que Tooze considera correcta y alentadora. Esto, dice de nuevo, podría interpretarse como un presagio de la llegada inminente “de un nuevo régimen más allá del neoliberalismo”. Pero, por otro lado, estas medidas solo eran concebibles políticamente “porque no había ningún desafío procedente de la izquierda”. El sistema se tambaleó, se transformó, pero no había con qué sustituirlo, parece decir Tooze. Tal vez habían ganado ideas que consideramos de izquierdas, pero quienes las habían llevado a cabo no eran sus promotores originales –los partidos verdes, los socialistas estadounidenses– sino un mainstream político que no quiso que algunos problemas, como la desigualdad, la precariedad laboral o el auge populista, que ya estaban arraigados cuando llegó la pandemia, se agravaran más y provocaran una sacudida mayor en el sistema. “En un periodo anterior de la historia”, dice, lo sucedido nos habría hecho presagiar “una revolución”, pero eso no iba a suceder esta vez.
En realidad, no se puede hablar siquiera de una reforma radical o de una victoria para la izquierda. El sistema, simplemente, fue capaz de gestionar una crisis de una escala sin precedentes porque decidió que, para evitar males mayores, esta debía tratarse como algo sin precedentes. “Es posible que esto carezca de la grandeza o de la ambición de la política transformadora, pero no está exento de conciencia histórica ni de trascendencia”.
De modo que somos los lectores quienes debemos decidir si tenemos buenas o malas noticias: tras años de dejadez, el sistema encontró la manera de sobrevivir, pero no las fuerzas suficientes para transformarse de forma decisiva. Y ambas cosas, con el auge de China como trasfondo.