Cuando las cumbres acaban, siempre hay un suspiro de alivio colectivo. Lo mismo sucedió tras la de la OTAN que terminó el 5 de septiembre en Gales. Todos han obtenido algo, aunque no fuese lo que cada país había deseado durante el periodo que precedió a la que han calificado como una de las cumbres más importantes de la Alianza desde la caída del muro de Berlín en 1989. Ha habido palabras tranquilizadoras para los miembros de la OTAN de Europa del Este, promesas de ayuda técnica a Ucrania y una cooperación más estrecha con Georgia, Moldavia, Montenegro y Macedonia. Un grupo de aliados se ha comprometido a apoyar a Washington para hacer frente al rápido avance del Estado Islámico (EI).
Pero tras los titulares y uno de los comunicados más largos de su historia, la cumbre ha dejado claras cuatro cosas que darán forma al futuro de la OTAN. No es una lista especialmente optimista, pero es la realidad a la que tiene que enfrentarse la organización:
– Primero, no habrá tropas sobre el terreno ni apoyo militar a Ucrania ni pactos con el EI.
– Segundo, la OTAN se está convirtiendo en una serie de coaliciones de voluntarios, debido a las diferencias en cuanto al uso de la fuerza.
– Tercero, los gobiernos europeos en su conjunto no aumentarán el gasto militar a pesar de las peticiones de Estados Unidos.
– Y cuarto, pese a los inmensos desafíos que encara la OTAN en sus flancos Este y Sur, sigue sin haber una percepción generalizada de amenaza que sirva para unir a los miembros de la Alianza. Esta ausencia de una amenaza común seguramente haga aún más difícil que Jens Stoltenberg, el nuevo secretario general de la OTAN, construya una cultura de la estrategia, lo cual es necesario para…