Aunque la continuidad de los compromisos internacionales parece garantizada, el temor de un Irán fuerte y con capacidad de influencia regional crece entre sus vecinos árabes.
El presidente Hasan Rohaní ganó cómodamente, como preveían algunas encuestas, su reelección el 19 de mayo contra su principal contrincante, Ibrahim Raisi, rector de la Fundación y Mausoleo Imam Reza de Mashad. Aunque esperada, esta victoria no estuvo exenta de dudas, toda vez que los rumores acerca de un posible intento de determinados grupos de influir en los resultados hicieron crecer los temores entre los sectores reformistas. El recuerdo de los sucesos de 2009, cuando Mahmud Ahmadineyad fue reelegido en un controvertido proceso, con el resultado de decenas de muertos y detenciones tras las protestas del Movimiento Verde, sigue aún muy fresco en la memoria colectiva. La presencia de centenares de policías antidisturbio en moto (como en 2009) en la principales plazas de Teherán durante los últimos días de la campaña y en los días posteriores a la elección, y militares armados en cada entrada de metro y estación de autobús, también sembró dudas acerca del objetivo de su presencia. Si bien las autoridades afirmaban que se pretendía garantizar la seguridad ciudadana ante cualquier intento desestabilizador por parte de Daesh y otros grupos opuestos al gobierno iraní, muchos vieron en ellos un intento por desalentar explosiones de júbilo pre y poselectoral, algo que a todas luces no se pudo evitar. Mientras que los cortes de calle aleatorios de los últimos días de campaña solo sirvieron para colapsar el tráfico en las arterias principales y poner nerviosos a transeúntes y policías, la presencia policial masiva no pudo evitar las expresiones de júbilo poselectoral en las plazas Azad, Valy Asr o Vanak, en la capital, como tampoco en Mashad o Isfahán. Simplemente, los iraníes salieron a…